Ya impera una desigualdad de sexos en el coloso asiático. Habitan 36 millones menos de chicas que de varones, dentro de una población de 1.300 millones de súbditos. Sin embargo, la matanza de pequeñas podría ser mayor porque nacen y mueren sin ser registradas. Otro desolador drama es el desamparo de las hijas por sus progenitores que las abandonan en un establecimiento benéfico.
Unido a la arraigada jactancia de disfrutar de un primogénito masculino, que transferirá el nombre del progenitor, se encuentra un motivo monetario: una hija al contraer matrimonio se marcha de casa y pasa a integrarse en la estirpe de su marido, mientras que un nacido varón es el puntal en el que se arrellanan el patriarca de la familia y su prole, de modo especial en la ancianidad. También se acentúa, por la estrategia política del hijo único, forzada desde el año 1979 con decretos represivos. El exterminio salvaje de niñas es producto de la regulación de la natalidad, la legitimación del aborto y el discernimiento del sexo de la criatura a través de la ecografía.
Los Angeles Times evidencia una nueva faceta del problema: algunas chiquillas de las que se donan a los hospicios habrían sido alejadas de sus progenitores, mediante embuste, por las jerarquías chinas de planificación familiar. La crónica del rotativo californiano se despliega con el caso de Yang Shuiying, una esposa a la que un oficial le quitó a su unigénita de cuatro meses. El hombre encargado de la planificación familiar se paseaba por el pueblo atento a la ropa tendida o a los llantos de algún bebé. Se plantó en la casa de Shuiying y la ordenó: Tráeme a tu bebé.
Pese a los sollozos de la mujer, el oficial se sostuvo firme. Voy a vender a tu hija para darla en adopción. Puedo conseguir mucho dinero. Además, aseguró a la joven que no tendría que satisfacer las sanciones por haber vulnerado la política del hijo único. Se trata de un abuso de poder, admitido por las autoridades chinas.
Clemente Ferrer
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