Que cinco terroristas islámicos acosados por la policía española, se aten una carga explosiva a su cuerpo y revienten en pedazos, aquí, en Leganés, en un barrio-pueblo de Madrid, llevándose por delante a un policía, llama la atención. De entrada, mal hacemos en llamarles mártires: mártir es el que muere por su fe, no el que mata por ella, y el terrorismo suicida es, además, homicida.

En cualquier caso, a Occidente le aterra el terrorismo suicida, mucho más que cualquier otro. Toda su fuerza no sirve para nada, porque matar es fácil, lo difícil es escapar. Por eso, al lado del terrorismo suicida palestino o islámico, los etarras asustan menos, debido al enorme cariño que sienten por su propio pellejo.

Ahora bien, lo de Leganés ya es más grave. El pueblo español ha respondido sin el menor asomo de racismo tras el 11-M, por lo que las quejas de los magrebíes y musulmanes al respecto resultan un tanto molestas. No, la conmoción va por otro lado. Cada vez son más las personas inteligentes y cristianas que consideran que estamos en guerra con Oriente. Un amigo me dice: "Estamos en guerra, guste o no guste, y la estamos perdiendo".

Y las dos afirmaciones de esa proposición son ciertas: estamos en guerra y la estamos perdiendo. Pero yo creo que ni la guerra es contra el Islam ni la estamos perdiendo por la actitud abúlica de los gobernantes europeos.

El 12 de septiembre de 2001 decíamos en Hispanidad que no se necesita un nuevo Orden Mundial, sino un Nuevo Orden Moral. Esto no es una lucha contra el Islam, sino contra uno mismo. Es muy duro reconocerlo, pero los salvajes que se inmolaron el pasado sábado en Madrid, casi seguro responsables del asesinato colectivo del 11-M, están ganando la guerra porque creen en algo, mientras se enfrentan a un Occidente empeñado en no creer en nada.

Es más, probablemente estemos perdiendo la guerra porque intentamos luchar contra el terrorismo islámico con sus propias armas, con la fuerza. Cuando los aviones norteamericanos bombardean Bagdad desde el cielo, están recurriendo a lo más sencillo. Incluso, ¡ay!, están repitiendo la misma barbaridad que los terroristas de Ben Laden y asociados: matar indiscriminadamente, haciendo que paguen inocentes por culpables. Aquí se repite el mito tolkiano de El Señor de los anillos. Boromir se empeña en utilizar el poder del anillo que lleva Frodo para luchar contra el mal, pero el anillo no sirve para el bien, sólo para el mal. Por eso, no debe ser utilizado: sólo cabe la opción de destruirlo.

¿Y qué es el Nuevo Orden Moral? Pues, algo tan sencillo como que Occidente vuelva a reconocer la trascendencia, es decir, vuelva a reconocer a Dios. Sin sentido de la trascendencia, los occidentales hemos perdido el sentido de la Vida, mientras los musulmanes tienen un credo, un sentido de la vida: una mera caricatura, o herejía, del Cristianismo, pero lo tienen.

Cada uno organiza su vida según su logoterapia: el sentido que dé a su existencia. Y prácticamente podría resumirse en dos. O te consideras hijo de Dios o te dedicas al triángulo vital, compuesto por los tres famosos vértices: estómago, bolsillo y ese que ustedes están pensando.

Así que el Nuevo Orden Mundial no puede consistir en lanzar más mísiles contra Sadam, opción que ya sabemos a dónde nos ha conducido. Pero tampoco puede consistir en recuperar el derecho internacional, entendido como ahora lo entendemos:  que no sea la Casa Blanca quien ejerza el monopolio del derecho a la guerra, sino Naciones Unidas. Porque eso es algo, pero es muy poco.

No, aquí estamos hablando de una lucha contra uno mismo, no contra los demás. El Nuevo Orden Moral debe consistir en recuperar ese espíritu de trascendencia que Occidente comenzó a dilapidar 200 años atrás. Es más, consiste en no violentar el orden creado por Dios, que no es otro que el que conviene a la naturaleza del hombre. Y ojo, porque ese Nuevo Orden Moral puede desembocar en lo que el mundo llama derrota. A fin de cuentas, la cruz de Cristo no es más que una derrota a los ojos del mundo, una derrota que avergonzaba a Nietzsche.

Es muy desagradable pensar que los terroristas suicidas de Leganés creían en algo, y que esa es su ventaja sobre los demás. Entre otras cosas, porque su fe resulta un tanto repugnante. Pero resulta más desolador pensar que no tenemos nada que oponerles, porque nosotros, que tenemos nuestra fe al alcance de la mano, y nada tiene de repugnante, la despreciamos constantemente. Y en ese sentido, sí estamos perdiendo la batalla.

Por cierto, para afrontar ese Nuevo Orden Moral, que conlleva esa lucha contra uno mismo, se necesita mucho más coraje que para lanzar misiles sobre Bagdad.

Pero, no lo duden: estamos en guerra y la estamos perdiendo. Cuando en nuestros arsenales contemos de nuevo con ese arma llamada trascendencia, entonces el enemigo se batirá en retirada, tanto en la batalla interna, la primera y fundamental, como en la externa. 

Eulogio López