O no hay peor ciego que el Público que no quiere ver. El diputado arrepentido y el financiero confundido. ETA, la falsa paz del que no se arrepiente de nada. El dinero Spottorno o el primer choque entre el PP y La Zarzuela. Don Mariano el pesimista.

Esta historia para tiempos de crisis tiene por escenario la redacción del diario español Público. Érase una vez un periódico creado por Jaume Roures, un señor que se autodefine como comunista y anticlerical. Como lo primero resulta nominalmente complicado en el siglo XXI, nuestro hombre otorga prioridad a lo segundo. Así que, por pura coherencia con su credo marxista y con su obsesión comecuras, se ha visto obligado a ser un multimillonario progre y un editor blasfemo (ninguna exageración: ver La Sexta o leer el precitado diario Público).

Ocurrió de esta guisa: en plena Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) los mandamases de Público deciden hacer realidad el viejo aforismo: No dejes que la verdad te estropee un buen titular. Dos redactores reciben la siguiente orden: id por las farmacias madrileñas y pedir datos para justificar este titular: "La venta de condones se dispara durante la JMJ".

Los celosos profesionales de la información se apean farmacias pero con muy escasa fortuna: la encuesta a pie de botica revela que no, que no se venden más condones sino menos: ¡Lástima! Pero oye, ¿Ni un pelín? No. ¿No podíamos forzar los datos? Imposible. Un millón de jóvenes invaden Madrid y se dedican a escuchar con unción al emperador mundial de la caverna facciosa en lugar de al mecánico e instructivo deporte del mete-saca, conocido en ámbitos académicos como cópula asegurada… asegurada frente al compromiso y frente a los hijos, naturalmente.  

El diario como toda la prensa y TV progres, tuvo que conformarse con narrar las esporádicas curdas que se pilló más de un peregrino por las calles de Madrid. Menos mal, digo yo, porque si entre un millón largo de peregrinos jóvenes alguno no se propasaba con la bebida me hubieran asaltado dudas tan turbadoras como, por ejemplo, que el Cristianismo es religión de abstemios. ¡Cielo Santo, qué horrible!

Claro que lo preocupante no es la muy 'laica' mala leche, sino la incapacidad de unos colegas para admitir el bien. Juan Pablo II aseguraba que lo que distingue al mundo moderno es la incapacidad para transmitir el bien, es decir, la incapacidad de los formados para trasmitir los primigenios principios morales a la mayoría. O sea, la transmisión de la fe. No seré yo quien niegue a Karol Wojtyla un descubrimiento de ese calado pero añadiría otro elemento más primario: la incapacidad para aceptar la rectitud de intención de los demás aún teniéndola delante de los ojos, que es tanto como decir, la incapacidad de esta sociedad para distinguir el bien. Es el argumento: ¿Jóvenes rodeando a un señor que les habla de perder el tiempo hablando con Cristo, de entregarse a los demás, de sacrificio…? Imposible, han de ser unos hipócritas que ocultan propósitos inconfesables. Por ejemplo, copular.

Porque la crisis no es económica, es moral

El diputado arrepentido y el financiero confundido  

Durante la semana vencida he mantenido dos conversaciones a cual más interesantes, dos historias propias de tiempos de crisis: la una con un ex diputado de UCD y luego de lo que se convertiría en el Partido Popular, muy famoso en España durante la Transición hoy ya jubilado, antaño uno de los abogados más prestigiosos del foro. La otra, con un alto ejecutivo de uno de los fondos más famosos del mundo, es decir, esas instituciones que controlan el gallinero financiero en el que se ha convertido la economía actual. 

Vamos con el primero, el diputado arrepentido. Me cuenta sus andanzas en el Congreso pero antes me dice por qué se retiró: "Tuve que votar la ley del divorcio. Te presionaban por todos lados, sobre todo desde tu partido. Al final, acabé por votar en contra de parte del articulado pero acabé diciendo sí al conjunto, que es lo que importa. Toda mi vida me ha acompañado el arrepentimiento por lo que hice. Si me hubiera tocado lidiar con el aborto, mejor no te explico. Ahora vive en la gloria pero con ese cargo de conciencia. Comprendo que un cristiano debe estar en el ruedo para intentar mejorar las cosas, pero no sé cómo puede hacerlo en política".

Resulta que nuestro hombre pretende ser coherente con su conciencia y claro, eso es muy complicado en la política española de hoy. Me niego a creer que un cristiano no pueda hacer política sin violentar su conciencia, pero el testimonio de un tipo con superior criterio al mío, por su mayor experiencia política, me preocupa ligeramente.

En cualquier caso, la norma  continúa siendo la misma: hay cuatro -yo añadiría un quinto-  principios no negociables para un católico que quiere operar en política: vida, familia, libertad de enseñanza, bien común y libertad de culto. Lo de bien común, para no entrar en discusiones eternas, lo definiría con una frase: ¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos!

Otra charla no menos interesante fue la mantenida con el financiero, tan capaz como confundido, al que fastidian en grado sumo mis arremetidas contra la economía financista. Particularmente, le molesta mi querencia hacia el término "especulador".  

Y ojo, se trata de un hombre muy inteligente, consultado por la autoridades y bancos españoles y que entiende de mercados mil veces más que yo. Mantenemos la charla coincidiendo con la reunión del G-20 en Washington, los ministros de Economía más poderosos del mundo (por cierto, ¿Por qué no se reúnen por Internet) para quienes lo principal es salvar al sistema bancario? Como dice mi amigo José Luis de la Viña, al final todo el discurso de la economía financista, la que nos ha llevado a la crisis actual y sostenible, como la ecología, consiste en "la regla de oro, consistente en que, quien posee el oro, impone todas las reglas". Y eso significa algo muy simple, que mi confundido financiero no asimila: el dinero no es un fin, sino un medio para el bien común. La economía no puede depender del poseedor de liquidez, que, además, no suele ser suya, sino de los fondos ajenos que administra-. En la economía intervienen dos colectivos: el que produce bienes y servicios y  el rentista, que no produce nada pero ofrece su capital. Es lógico que el rentista exija que sus inversiones resulten rentables pero siempre dentro del principio primero: el dinero está al servicio de la producción, no la producción del dinero.

Del 'billion' anglosajón al billón continental

¿Falta liquidez en los mercados? No, sobra. Vivimos sobre un océano de liquidez. En un siglo hemos pasado de manejar magnitudes de tres ceros a magnitudes de doce ceros. El 'billion' anglosajón (1.000 millones) se ha quedado pequeño y ya necesitamos el billón continental (un millón de millones, mil veces más). Sólo que el dinero no se transforma en inversión, o sólo se transforma en inversión financiera.

¿Y por qué el G-20 ayuda a salvar bancos? ¿Acaso los políticos no eran partidarios de lo público y los financiero de lo privado dentro del viejo esquema –hoy inservible- de capitalismo y marxismo, lo privado frente a lo público?

Pues porque los políticos, para mantenerse en el poder emiten deuda soberana y esa deuda alguien tiene que comprarla: la compran no los propietarios, sino los administradores de la propiedad ajena, los financieros y los políticos.

De esta forma, los políticos quieren salvar a los bancos, no porque ayuden al bien común sino porque con el dinero de sus clientes les obligan a comprar la deuda pública que emiten los gobiernos. De ahí, la confusión de la mayoría cuando le hablan, por ejemplo, de la crisis irlandesa: ¿Quién es el que no puede pagar sus deudas, el Estado irlandés o los tres grandes bancos irlandeses, el sector público o el sector privado? La respuesta es ambos, porque los dos son una misma cosa y ambos trabajan con el dinero de los demás, del ciudadano.

La economía financista ha saqueado la propiedad privada, y la propiedad privada es la clave de la justicia social que, como su mismo nombre indica, es social, no estatal.

Para un banco, o un intermediario financiero, la crisis es materia prima de trabajo. La extorsión a Grecia, es decir, a la propiedad privada de los griegos, supone la mejor prueba de ello.

En resumen, la única forma de acabar con la crisis es dejar quebrar a los bancos quebrados y dejar quebrar a los gobiernos quebrados. Es decir, el viejo principio cristiano –derivado del séptimo mandamiento- de que las deudas hay que pagarlas. Los financieros se ven a sí mismos como aquéllos que cumplen el séptimo precepto del Decálogo, pero la verdad es que lo incumplen y masacran, porque no tiene propiedad sino liquidez, no son productores, sino comisionistas de los rentistas.

Lo que confunde a mi amigo fondista es que en el universo financiero resulta férreamente lógico. Pero, ojo, parte de la regla de oro, que es falsa y egoísta.

Por eso seguimos en crisis. El G-20 ha hecho justo lo contrario de lo que hay que hacer: en lugar de salvar al asalariado y al pequeño propietario, lleva cuatro años salvando al rentista. La confusión de mi experto financiero consiste en eso: en pensar que defiende la propiedad privada cuando la está secuestrando. El capitalismo financiero no es más que una nueva forma de marxismo: sólo que en el marxismo el mango de la sartén lo tenía el Comité Central mientras que ahora radica en los gobernantes que emiten deuda y en el intermediario financiero. Ambos trabajan… con el dinero de los demás.

ETA, la falsa paz del que no se arrepiente de nada     

Al final, a lo mejor Alfredo Pérez Rubalcaba no tiene que renunciar a la gran baza electoral en la que confiaba Zapatero: pasará a la historia como el pacificador de Euskadi. Los medios controlados por el PSOE están emocionados con la historia política del sábado: los presos de ETA han firmado el acuerdo de Guernica. RTVE ha corrido a entrevista la portavoz de los reclusos quien ha asegurado que le mueve "la libertad de mi pueblo". Pues oiga, casi mejor que le moviera el arrepentimiento por sus crímenes, no el oportunismo político.

Por supuesto, el comunicado promovido por Bildu (¡Bonita sentencia pariste, Pascual Sala!) no habla del fin de la violencia y mantiene la soberbia de siempre: el "conflicto". Habla de las víctimas pero también de todas las "violencias" y por supuesto, no pide perdón a las víctimas.

Recordemos a Juan Pablo II. "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón"… y el perdón de la víctima sin arrepentimiento del verdugo es bueno, pero no conduce a la paz.   

Que haya paz es muy deseable pero una paz injusta no sólo no es admisible, sino que terminará por no ser paz. En pala: los no nacionalistas seguirán sin ser libre en Euskadi.

Pero es igual; Rubalcaba lo puede vender como la pacificación de Euskadi.

El dinero de Spottorno o el primer choque entre el PP y La Zarzuela

Rafael Spottorno se prepara para asumir la jefatura de la Casa Real. Hay preocupación en Zarzuela, porque el anterior presidente de la Fundación Cajamadrid no ha renunciado de forma expresa a su indemnización –bueno a sus bonus- como directivo de Cajamadrid, ahora Bankia.

Recordemos el comienzo de esta historia: los miembros del anterior comité de Dirección de Cajamadrid, liderados por Miguel Blesa, tenían derecho a una retribución variable. Para financiarla Cajamadrid gastó 25 millones de euros que se repartirían 10 directivos, entre ellos el nuevo jefe de la Casa Real, Rafael Spottorno.

Curiosamente, don Rafael ya estuvo en Zarzuela y cuando salió de allí, SM llamó en persona a Miguel Blesa para que le colocara en la Caja. Y dado que su experiencia financiera no era muy dilatada, le colocó como director de la Fundación.

Llega Rato y asegura que, si la entidad, ahora convertida Bankia, está en crisis, no puede permitirse efectuar ese pago. Alguno de los salientes 'damnificados' se ha ido a los tribunales y otros no, pero sin renuncia expresa a cobrar su dinero. Estamos, por tanto, en un limbo, a la espera de un acuerdo o de la trasposición de la Directiva europea que, aplicada con efecto retroactivo, permitiría a Rodrigo Rato ahorrarse el pago.

Ahora bien, nada más salir de Bankia Spottorno es recuperado por la Casa Real, lo que implica un servicio muy especial al Estado. Sin embargo, Spottorno para evitar poner en entredicho al monarca, no ha hecho una renuncia expresa a esta peculiar indemnización,

Para mí, que el Duque de Alburquerque, el marqués de Mondéjar o Sabino Fernández Campo no actuaron con tanta cicatería. Se fueron de Zarzuela con una mano delante y otra detrás.

Es esa palabra y ese concepto, el servicio a España, la que ha modelado a los ayudantes de Su Majestad. Jaime Alfonsín, jefe del Príncipe, abogado del Estado socio del Despacho Uría y Menéndez, cobra menos que en el Bufete y cuando abandone el cargo habrá perdido todos sus contactos profesionales. Económicamente, el servicio a Zarzuela se hace por eso, por servicio.

Y todo ello sucede cuando el Partido Popular está a punto de volver al poder. Y sí tiene mucho que ver. Es sabido que, desde Felipe González, SM el Rey siempre ha tenido mejores relaciones con la izquierda socialista que con la derecha pepera. Rajoy plantea, respecto a Zarzuela, la misma política que Aznar: "Majestad: cada cual en su sitio".

Además, el marianismo no ha perdonado al Rey su apoyo explícito a Zapatero, caso único en toda la historia democrática, en el momento en el que el PSOE practicaba el no muy democrático juego de aislar al principal partido de la oposición, calificándole de ultra y jugando al social-nacionalismo. Por último, en el PP saben que el heredero, así como su esposa, doña Letizia, quieren un Gobierno progresista.

En esa tesitura, el detalle Spottorno suena fatal.

Don Mariano el pesimista

Sigamos con Rajoy. Otra historia de la semana ha sido la presentación de la autobiografía de don Mariano. No sé quién le habrá escrito o trascrito pero parece –no la he terminado- un fiel reflejo de sí mismo: hombre más listo que transparente, más sensato que prudente, más fiable que comprometido, más reservón que arrojado, más amigo de lo probable que de lo posible, con más querencia a la eficiencia que a los principios, más proclive a las adhesiones que a las lealtades, un administrador más propio para tiempos de bonanza no para etapas de crisis profunda. Vamos, todo un centro-reformista, teoría política que pretende agradar a todos aquéllos a los que necesita para mantenerte en el poder mientras despreciar a aquéllos que no tienen otro remedio que seguirle.  Seguramente, cuando llegue a La Moncloa marcará el mismo rumbo que marcó su no muy apreciado maestro José María Aznar: el objetivo primero de su gobierno será "durar", cuanto más tiempo mejor.

Naturalmente, los que más han sufrido el zapaterismo, es decir, los católicos y los jóvenes, no deben esperar mucho de don Mariano. Por ejemplo, los precitados principios no negociables le traen al pairo. Él prefiere hablar de virtudes cívicas como el mérito, el esfuerzo, de la seguridad jurídica, menos que de la justicia, la coherencia y el buen humor –también conocido como sentido de las proporciones- sin darse cuenta de que las virtudes cívicas no existen: no son más que la plasmación social de las virtudes y principios individuales.  

Con ello se enfrenta al problema eterno de quienes intentan un cristianismo sin Cristo. Porque, vamos a ver, si Dios no existe, o si sencillamente debe ser apartado del foro público, ¿Por qué puñetas no voy a intentar el mayor bien posible para mí y a expensas de los demás? Y si Dios no existe, ¿Por qué ser honrado? Se olvida el centro-reformista Rajoy de que si Dios no existe tampoco merece la pena el esfuerzo. Es la tentación eterna del ateo ético: ¿Para qué tanto esfuerzo? ¿Merece la pena?

Rajoy ha hecho un libro de memoria sin principios, por lo que se arriesga a no llegar al final, es decir unas conclusiones morales y a la coherencia con esa moral. Y no  estoy hablando de aborto, sino también de economía.

Rajoy es un pesimista, por eso nunca se enfada. En palabras de Chesterton: "El pesimista no puede enfadarse, pues se ha habituado al mal como materia y color de la existencia. Sólo el optimista puede enfadarse con la serpiente del Edén, porque sólo él es consciente de la serpiente del Edén. Sólo él puede enfurecerse porque sólo él puede sorprenderse".

Créanme, Mariano es un pesimista. No ganará las elecciones porque la gente confíe en él sino porque el desastre de 8 años de Zapaterismo ha sido de tal calibre, tan incomparable, que la mayoría de los españoles no ve a Rajoy a su salvador, sino el flotador al que agarrarse en medio del naufragio. El PP no es hoy una alternativa, e una huída.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com