Benedicto XVI ha puesto el broche casi final (aún le queda la Eucarístía del viernes para la comunidad católica) a su visita a Turquía con unas palabras dirigidas al proyecto ecuménico : la división entre cristianismo occidental y oriental, es decir, entre católicos y ortodoxos, constituye un escándalo para el mundo. Los sesudos analistas de la progresía española se han rasgado las vestiduras por el hecho de que un Papa haya viajado a Turquía, un país donde el número de cristianos no llega al 0,5%. Lo que al parecer olvidan es que el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I le invitó y un Papa que se aprecie nunca desdeña una invitación de ese tipo. Es más, al igual que Juan Pablo II, el actual pontífice espera que llegue una invitación similar de Moscú sólo que no lo ha conseguido. Y lo mismo podría decirse de Grecia.
En cualquier caso, no han sido los ortodoxos quienes han llevado de cabeza al Pontífice, sino la mayoría islámica y el Gobierno de Recep Tayip Erdogan, que le han sometido a una serie de vejaciones que constituyen un verdadero Viacrucis.
Comenzó el taimado moro, que diría el gran Cervantes, Erdogan, manipulando las palabras del Pontífice sobre el ingreso de Turquía en la UE, y eso después de haber asegurado que no le recibiría y tras dedicarle 10 minutos de su valioso tiempo.
Luego vino la humillación de Éfeso, donde los turcos no permitieron acudir a la Eucaristía sino a 200 personas. Quien quiera conocer la importancia de la última residencia en la tierra de la Virgen María puede leerse el Padre Elías o, mejor, leerse las visiones de Santa Catalina Enmerich, la misma vidente, que se ha convertido en guionista de la película La Pasión, de Mel Gibson. Sencillamente, el Gobierno turco quiere entrar en la Unión Europea pero manteniendo su fundamentalismo. Y la penúltima manipulación: el Papa ha rezado en la ermita azul: Benedicto XVI no ha rezado en la mezquita, ha acompañado al muftí mientras rezaba, y lo ha hecho con todo respeto.
Todo lo que se ha visto durante el viaje es un canto a la hipocresía musulmana. Y así, mientras el untuoso director de Asuntos Religiosos de Turquía ofendía a su huésped hablándole de prejuicios, y negando que el Islam promueva la violencia o coarte la libertad, al otro lado de Europa, en Marruecos (casualidad, el otro amigo de Zapatero) un turista alemán de origen egipcio, Sadek Noshi Yassa, era condenado a seis meses de prisión (de prisión marroquí, esperemos que logre salir indemne) por tratar de convertir al cristianismo a jóvenes marroquíes. Turquía y Marruecos son considerados la desesperanza de un Islam democrático, occidental.
De lo que se deduce que hay que dialogar con el Islam, pero ningún diálogo llega a buen puerto sobre la mentira.
Eulogio López