España e Italia están enfrentadas porque la vicepresidenta Fernández de la Vega impartió lecciones de ética a Berlusconi a costa de la inmigración.

Los más perversos machistas peperos alegan que la Vice está escocida porque el machista Berlusconi ha nombrado cuatro ministras que, con todo respeto, acumulan el cuádruple de atractivo que las nueve españolas con cargo. Pero esto, créanme no es una cuestión propia del análisis político. Debemos creer, pues, en la rectitud de intención de la señora De la Vega, por mucho que nos duela.

El caso es que se ha plantado Andres Ronchi, ministro de Políticas comunitarias de Italia, para recordarnos un par de cositas.

1. Italia no es el primer país de la Unión en criminalizar a los inmigrantes indocumentados, pues ya lo han hecho Francia y Alemania.

2. España expulsó en 2007 a 55.000 ilegales, mientras la pérfida Italia, que tiene 58 millones de habitantes se quedó en 26.000.

Ahora bien, el problema de la criminalización de los ilegales es una verdadera tontuna. Es cierto que cuando no hay autoridad moral emerge el derecho penal, como lo es que lo mismo me da que le llamen delito a la indocumentación o que se detenga y repatríe a la fuerza a aquel que no tenga un contrato de trabajo: ¿Qué más da?

De manera aún más retorcida, la Unión Europea quiere que se pueda detener a los ilegales hasta 18 meses, sin reparar en que estarán felices: mejor en la cárcel en Europa que en sus países de origen, libres... para morirse de hambre.

Que no, que el derecho penal no puede detener los flujos migratorios. Tan inmoral resulta el sistema español como el italiano, o el europeo en su conjunto. La única norma moral es la libre circulación de personas combinada con la obligación de que esas personas respeten los modos de vida del país que les acogen. El problema de obligar a respetar los principios en los que se apoya la convivencia en Occidente radica en el famoso aforismo de la vicepresidenta Fernández de la Vega, al plantear la reforma de la Ley de Libertad religiosa: Hay que respetar la creencias de los que creen y las creencias de los que no creen. Es el problema del emigrante que llega a Europa: ¿Qué creencias debe respetar?

Eulogio López  

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