En los últimos treinta años España ha perdido tres millones de jóvenes a pesar de que la población española ha crecido desde entonces muy considerablemente: de 38 millones de habitantes a más de 46 millones.
Tan sólo uno de cada siete españoles es menor de 14 años, mientras que en 1980 lo eran uno de cada cinco. España es, de este modo, el país de Europa que más rápida y vertiginosamente está perdiendo población juvenil.
En el segundo y en el tercer informe del IPF (Instituto de Política Familiar de España) se pone de manifiesto que tanto en España como en Europa desciende, también de modo imparable y alarmante, el número de matrimonios. En 2008 hubo en España 196.613 matrimonios, casi veinticuatro mil menos que en 1980.
Y eso que en 1980 -repitámoslo- la población era sensiblemente inferior. Pero es más: el primer semestre de 2009 está registrando datos todavía mucho más bajos.
Sin ánimo alarmista o tremendista, sin trivializar o manipular la realidad, creemos que nuestra entera sociedad europea -y en particular, la española- debe hacer examen de conciencia al respecto. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué se quiere hacer, adónde se quiere llevar al matrimonio, a la familia y a la natalidad? ¿Somos conscientes de lo que estos datos significan de empobrecimiento general, de pérdida de valores y de preocupantes consecuencias sociales a todos los niveles, incluidos los sectores de la productividad laboral -siempre motor de la economía- y del futuro, por ejemplo, del sistema de pensiones?
¿No es todo esto un inquietante exponente de la banalización del amor y de la sexualidad, de la preeminencia del egoísmo y de hedonismo, de una lamentable perdida de los auténticos valores sobre lo que, además, se ha cimentado durante siglos nuestra civilización y nuestro desarrollo?
Sin ánimo de ser alarmista pero estoy convencido de que no vamos por el buen camino.
Jesús D Mez Madrid
je.do.madrid@gmail.com