La gran mentira de los años ochenta del pasado siglo era la bomba demográfica. Los agoreros de turno aseguraban que la población mundial crecía de forma tan fuerte que no habría alimentos para todos.

Conclusión: tener hijos constituía un atentado contra la humanidad: viva la píldora y el aborto. Naturalmente, el ingenio humano provocó justo lo contrario: sobraban alimentos a mansalva y el mundo rico hizo lo de siempre: cerrar las fronteras a los pobres y asegurar la renta de sus agricultores votantes a través de los impuestos.

Ahora vuelven a subir los precios de los alimentos: no porque se produzca menos (en Occidente sí: estamos pagando a nuestros agricultores por no producir) sino porque se han creado mercados financieros de materias primas que son los que fijan los precios.

El intermediario de ayer es el financiero de hoy: no producen, sólo compra y vende, y la mercancía intermediada ni tan siquiera pasa por sus manos, sólo especulan con el precio aprovechando su liquidez. Es la definición de intermediario en estado puro: un señor cuya actividad es perfectamente suprimible sin que el proceso productivo sufra merma alguna, salvo en el coste para el consumidor final. Es decir, que lo mejor sería que desaparecieran. Que el productor de petróleo venda al refinero y éste al consumidor.

No sobra gente, si acaso, sobran alimentos. Pero lo que sobra, seguro que sí, son intermediarios. A día de hoy, los intermediarios financieros de materias primas.

Por cierto, con el petróleo pasa lo mismo que con los alimentos.

Eulogio López

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