Dominique Lapierre y Larri Collins especularon hace años en su novela El quinto jinete sobre la posibilidad de un chantaje terrorista a escala nuclear sobre la ciudad de Nueva York. La coacción no surtía efecto, pero el presidente de los Estados Unidos, comprendiendo su vulnerabilidad ante la amenaza terrorista forzaba la retirada israelí de los territorios ocupados en Palestina como forma de garantizar la paz en Oriente Próximo y neutralizar las coacciones islamistas contra occidente...
Ignoramos si en algún momento la realidad ha superado a la ficción, si las células de un Bin Laden que nunca mostró un especial interés por los palestinos, han podido inspirar a George Bush jr, para presionar al gobierno israelí a abandonar Gaza.
El sueño de Erezt Israel parece, una vez más, haberse truncado; cientos de familias que habían hecho un vergel de tierras baldías se han visto de la noche a la mañana sin sus hogares, escuelas y sinagogas.
Si el desalojo del Sinaí tras los acuerdos de Camp David en 1978 aportó una paz parcial entre Egipto e Israel (que acabó costando la vida a Anuar al-Sadat) no parece que esta política de paz por territorios sea ahora una garantía de paz efectiva.
Habrá que ver si lo es también de la tierra, tras el anuncio de Mahmud Abbas (alias Abu Mazen) de que la corrupta ANP va a gestionar las zonas desalojadas.
Las dos interrogantes que deberían plantearse tras esta iniciativa unilateral del Gobierno israelí son:
¿Es Israel ahora un estado más seguro?
¿Avanza el pueblo palestino hacia la consecución de un estado propio?
Lamentablemente todos los factores indican una respuesta negativa a ambas cuestiones y no será en ningún caso imputable a quienes algunos han presentado como los ortodoxos-integristas-nacionalistas-judíos que a la postre solo han respondido con lágrimas y oraciones a la enajenación de sus tierras.
Palestina, tal como la conocemos hoy, está configurada por una apariencia de gobierno que solo es reconocido fuera de sus fronteras pero sin ninguna autoridad real sobre sus ciudadanos (si el concepto de ciudadanía es aplicable en la cultura islámica) ni aún sobre sus propios funcionarios.
Tampoco hay grupos políticos definidos; lo más parecido a nuestros esquemas serían bandas mafiosas teledirigidas desde el chiísmo iraní, el obstruccionismo jordano, o el expansionismo sirio y la irrupción de un nuevo fenómeno ajeno hasta ahora a la sociología palestina: el extremismo religioso en la órbita talibán de Bin Laden.
En este contexto de fragmentación de grupos paramilitares y la ausencia de un agente con quien negociar en términos de paz, de seguridad o de estabilidad en la zona, la pretensión de alcanzar un solución al conflicto parece una muestra de voluntarismo sin anclaje en la realidad.
La presencia de EEUU en Irak, sus nada veladas amenazas al régimen baazista sirio y la reorientación del camaleónico Gadaffi en Libia podrían haber supuesto un factor de moderación en los países del entorno, pero como hemos visto, el fenómeno transfronterizo del islamismo radical ha supuesto un nuevo factor fulminante imposible de desactivar con los esquemas geoestratégicos que se habían diseñado para el desarrollo de la región.
Tampoco las inyecciones económicas en la zona parecen haber servido de mucha ayuda tras haber desaparecido la mayor parte de mano de los burócratas de la ANP, más interesados en su enriquecimiento personal que en el progreso del país.
Por su parte, las naciones afectadas por el exilio palestino no se han preocupado nada de esta población, dejándoles pudrirse en infrahumanos campos de refugiados, abono perfecto para el extremismo nacional-religioso. Mientras que no se ha invertido un solo dinar en educación o sanidad, sí han llegado miles de dólares destinados al adiestramiento militar.
En este puzzle de corrupción, bandas y muyahidines dispuestos a las más horrendas atrocidades, la percepción de que atentados como los de Nueva York, Madrid o Londres pueden tener resultados tan tangibles como la desocupación de Gaza sólo conduciría a una espiral sangrienta de terrorismo global y contraterrorismo ciego.
¿Se ha equivocado Ariel Sharon abriendo una brecha en el seno mismo de la única democracia de oriente próximo? Solo el tiempo lo confirmará.
Jesús Paniagua Pérez