No recuerdo el viaje (¿los Balcanes?), uno de los 100 que ha realizado durante su pontificado. El caso es que se encontraba Juan Pablo II a punto de tomar tierra en un país donde se habían lanzado amenazas de muerte contra él, pero cuenta Paloma Gómez Borrero que alguien le preguntó por el porqué de tan obstinado empeño. A fin de cuentas, podría interpretarse como una cierta soberbia eso de retar a la muerte (y lo que es peor, al asesinato, que no deja de ser un pecado mortal). El Papa respondió con un sencillo "la vida está en manos de Dios".
Lo de menos es que en la mañana del lunes 15 nos gobierne el Partido Popular o el Partido Socialista, Mariano Rajoy o Rodríguez Zapatero. Ni unos ni otros pueden evitar lo que marca, no el destino (mero azar resultado de la combinación de acciones libres), sino la Providencia, que, en definición catequética, es "el cuidado amoroso con el que Dios cuida y conserva las cosas, y especialmente a los hombres". No seamos tan tontos como para pensar que la seguridad, sea frente ETA, sea frente a Al-Qaeda, nos la garantiza Aznar, Rajoy, Zapatero, Pepiño Blanco o George Bush. Ni tampoco tenemos que elegir entre el zarpazo de ETA o el fanatismo de Bin Laden. Nuestro futuro no depende, aunque ellos no lo sepan, ni de uno ni de otro.
Dicho esto, añadiré algo: creo más en el dolor de los familiares y amigos de las víctimas que en los "profesionales de la solidaridad", cuyos desvelos por las víctimas no tardan ni dos minutos en convertirse en ariete contra un tercero. Perdónenme, pero parece un dolor un punto artificioso, ese dolor lejano que no tiende a convertirse en mano tendida para ayudar a la víctima, sino en puño cerrado para golpear al primero que ose desviarse de las consignas marcadas.
Al final, son este tipo de tragedias las que, paradójicamente, más invitan a la esperanza. En la realidad, el amor siempre vence al odio, la verdad al error, la vida a la muerte y la paz a la violencia. Incluso la belleza acaba por imponerse a la fealdad. El cine imita a la vida (salvo en las películas de Almodóvar), porque en la vida el bien siempre vence al mal, por más que a veces el precio sea el dolor. Incluso algo más duro: el dolor del inocente.
Por cierto, el 11-S supuso en Estados Unidos un renacer de la religiosidad. George Bush no dudó en apelar al Creador y en rezar en público por las víctimas. Tengo una cierta confianza en que algo similar suceda en España. Claro, que para eso es necesario que las autoridades invoquen algo más que la Constitución.
Eulogio López