He visionado la película El pianista y me ha estremecido. El estallido de la Segunda Guerra Mundial y la consiguiente ocupación de Polonia por los nazis, sigue la insidiosa y malévola persecución de los judíos. Y el gran crimen de Wladyslaw Szpilman, sus padres y hermanos, que viven en Varsovia, es el de ser judíos. Aunque Wladyslaw es un pianista de prestigio, esto no le libra de las vejaciones, el ghetto y el asesinato indiscriminado, llegando hasta el silencioso holocausto nazi.

El campo de la muerte de Auschwitz es el crematorio nazi más espacioso de todos y donde murieron muchas personas inocentes. Este era exclusivo para el exterminio de judíos.

Una narración basada en hechos reales se esfuerza por ofrecer el punto de vista de Szpilman, confiando en la fuerza de su tragedia, del horror de que es testigo y protagonista.

Roman Polanski define bien los personajes. Se trata de una familia numerosa judía, de lazos muy estrechos. Los acontecimientos históricos les sobrepasan: la invasión nazi, los bombardeos, la discriminación racial, que aumenta progresivamente hasta llegar al guetto y los campos de exterminio. El piano que Szpilman no puede tocar físicamente, pero sí con la mente, habla de lo más noble que tiene el hombre a pesar de la crueldad y la persecución implacables. Las escenas del protagonista entre las ruinas de la ciudad son de una gran fuerza.

Polanski, un director polaco de origen judío,  es hijo de unos padres que fueron internados en dos campos de concentración diferentes. El propio Roman, niño entonces, sobrevivió al bombardeo de Varsovia y al ghetto de Cracovia. Se comprende que quisiera abordar un tema, el del holocausto. Lo ha hecho desde la cercanía de haber sido testigo de los horrores.

Aunque el interés en el filme no decae en ningún momento, en las escenas de soledad de Szpilman se impone una pausa contemplativa. Al comienzo de la película, Wladyslaw Szpilman se encuentra en el estudio de Radio Varsovia interpretando el Nocturno para piano de Frédéric Chopin. El lugar, insonorizado, le impide dejar de tocar cuando empieza el bombardeo de la ciudad, hasta que el impacto de un proyectil le hace contemplar la realidad. No puede terminar su interpretación, y seis años después, terminada la guerra, podrá hacerlo, casi al final de la película, en lo que Polanski considera uno de los mejores momentos del filme.

Un holocausto espeluznante. La aniquilación de miles de seres humanos. El asesinato de judíos, apoderándose de la existencia del otro y disponiendo de ella a su antojo. Esa vida, nada ni nadie, puede exterminarla porque es de Dios y, por lo tanto, se debe escoltar, defender y proteger, desde el momento de su concepción hasta la muerte natural.

Clemente Ferrer
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