Silvio Berlusconi no ha inventado las demandas contra periodistas por vulneración del derecho al honor.

Simplemente ha seguido la rueda de la vicepresidenta del Gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, muy devota del Estado de Derecho, razón por la cual se ha querellado contra Época. No, Berlusconi sólo es un alumno ha aplicado que acaba de demandar a LUnita, el histórico del PCI dígase pichí por difamación -otra forma de honor-. Últimamente la difamación surte mejor efecto que la calumnia (quizás por aquellas sabias y cínicas palabras: No lo dudes, toda calumnia es cierta) pero el honor se lleva la palma en materia de susceptibilidad: puedes denunciar a cualquiera según tu propia medida, más bien, según el primer mandamiento de todos los vengativos: El que hace la ofensa la escribe en arena, el que la recibe la graba en bronce.

Ahora bien, que el primer ministro italiano o la vicepresidenta del Gobierno español, que poseen todo el poder, todos los contactos, todo el dinero de los demás, también llamado público, para defenderse de una crítica aviesa, se vayan a los tribunales, tiene muchos bemoles. Un político podía castigar a un periodista de muchas maneras, pero esto de demandarle es nuevo. Y el ejemplo está cundiendo, y el mundo, como ya he dicho en otras ocasiones, se distingue entre buenas y malas personas: éstas últimas son las que ponen querellas a los demás.

Me explicaré: el honor, como es sabido, es un concepto ambiguo y lo único claro sobre el mismo, al menos en sede judicial, es que se valora en euros. De hecho todo el derecho al honor recuerda aquel viejo dicharacho español del no me molesta que me llamen Pepe, es el retintín con que lo dicen. Los ricos y poderosos son muy sensitivos, así que tienen su honor en alta estima, y su autoestima es como el mercado de divisas: siempre cotiza.

Por otra parte, al menos en Europa, no así en Hispanoamérica, el derecho al honor cunde mucho, porque la jurisprudencia de los tribunales europeos se la han puesto como a Fernando VII. En definitiva, en el derecho al honor es meramente subjetivo, la carga de la prueba pesa sobre el acusado y todo depende de lo que el juez considere ofensivo. Verbigracia: el retintín con que lo dicen. Y, en pocas palabras, si quieres taparle la boca a un crítico, a una periodista, a un investigador, a cualquier adversario, lo que tienes que hacer es presentarle una demanda por derecho al honor. Aunque la pierdas, más perderá el demandado, aunque sólo sea en costas legales.

Al honor le ocurre lo mismo que a la libertad: conceptos demasiado relevantes como para que no resulten pervertidos según el termómetro del viejo adagio -hoy vamos de epigramas latinos: la corrupción de lo mejor es lo peor. Y así, con un poco de suerte, en nombre del noble concepto de honor nos cargaremos el no menos noble derecho de la libertad. Y con la libertad, terminaremos con el honor, un elemento precioso de la persona que ahora se pesa en euros. Estamos en ello.

Eulogio López

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