Pasaron pocos minutos desde que Ana Botella (en la imagen) anunciara que no se presentaría a la reelección como alcaldesa de Madrid y ya le estaban fusilando desde todos los ámbitos: indiferencia entre sus colegas del PP ("Respetemos su decisión"… menos mal que te has largado, guapa y has dejado el sitio libre) y ataques frontales de sus adversarios, pues en política no se entiende aquello de que 'a enemigo que huye puente de plata': "Ha sido el peor alcalde de Madrid"… aullaba el portavoz parlamentario del PSOE, Antonio Hernando.

No hombre no, el peor alcalde de Madrid fue Gallardón quien le dejó como herencia a Botella una impagable deuda que Botella ha ido achicando como podía, sin subir los impuestos de forma desmesurada… lo que sí hizo Gallardón.

Pero lo importante es esto: miren ustedes, de un político hay que sospechar cuando quiere subir, no cuando quiere bajar. El Ayuntamiento de Madrid es un cargo goloso. Cuando alguien se autoexcluye de él no hay que pensar mal, sino bien. ¿Que Botella se va presionada por su partido o convencida de que perdería las elecciones Me es igual, el caso es que ha decidido perder el sillón, motu proprio. No gana, pierde, ergo no tengo porque que pensar mal, sino bien. De entrada, le felicito. Si hubiera dicho que quería permanecer y presentarse a unos nuevos comicios, habría pábulo para sospechas de ambición o desmesura. Pero la decisión de un político que dimite no merece censura, sino felicitación. No quiere poder, sino que cede el poder o la posibilidad de tenerlo y aumentarlo.

¡Enhorabuena, Ana Botella! Y, pueden creerme, no era mi política favorita, pero me fastidia la mala leche de la clase política española, que ni a los muertos respeta.

Al menos en este punto, enhorabuena doña Ana Botella. No merece usted censura sino aplauso. Censuraré y sospecharé de aquellos que nunca ponen límite a su mandato y que jamás dimiten o rechazan una candidatura, por ejemplo, todos los que le han criticado: Rosa Díez, Antonio Hernando, Gaspar Llamazares. Aquéllos, en resumen, que nunca se van: hay que echarles.

Por cierto, tampoco me cae simpático su marido, José María Aznar, pero fue el único presidente de la Democracia que dijo que sólo estaría ocho años… y a los ocho años se marchó.

Eulogio López

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