El día 1 de mayo era fiesta de precepto en Nueva York, dado que los obispos de aquel país no han trasladado la Ascensión -uno de los tres jueves que relumbran más que el sol- al domingo, como en España.

Al mismo tiempo, ese 1 de mayo no era festivo en Nueva York, por lo que los feligreses debían compaginar sus obligaciones laborales con las religiosas. Recuerdo una pequeña parroquia, en Lexington Avenue, zona de oficinas, que había cambiado su horario de eucaristías y había colocado misas a las 7.00, 7.30, 8.00, 8.30 y 9.00. Es decir antes de entrar al trabajo. Por la tarde, había programado a las 5.00, 5.30, 6.00, 6.30 y 7.00: la jornada laboral suele terminar a las 17.00 horas.

Es la respuesta de una iglesia donde los católicos no son mayoría -en España sí- a la separación Iglesia-Estado, una respuesta bien distinta a la de, por ejemplo, las parroquias españolas cuando los socialistas se cargaron -y el PP lo ratificó- dos fiestas de precepto: san José y Santiago Apóstol (Felipe González no se atrevió a convertir en laboral la Fiesta de La Inmaculada, no fuera a ser que perdiera las elecciones).

Una Nueva York, de lo más anticristiana, como capital que es del capitalismo mundial. El capitalismo no es más que eso: un tren en marcha: el que lo coge bien, gozará del trayecto, pero el que no se suba a tiempo debe perder toda esperanza: el tren no se va a detener para recoger a los rezagados.

Es una ciudad horrible, ejemplo -reconozco que el resto de Estados Unidos no exagera tanto- de lo que recordaba Chesterton: El enemigo de la familia no está en Moscú, sino en Nueva York. Para ello, basta con saber que las familias -es imposible- nunca comen o cenan juntos. Y, recuerden, la máxima teológica: familia que cena unida permanece unida. Recuerden, también, que el hogar es el único escenario donde a la persona no se le juzga por lo que aporta, sino por lo que es. Por eso constituye la célula más resistente a la opresión. Ahora bien, si la familia no constituye más que una unidad de producción, formada por elementos dedicados a la maquinaria de producción permanente...

Pero me gusta, no puedo evitarlo, la separación entre Iglesia y Estado. En primer lugar, ello fuerza a los católicos a tomarse su religión en serio, así como el quinto mandamiento de la santa Madre Iglesia. Ayudarla en sus necesidades. Al parecer, en la sociedad actual no se valora lo que no se paga, quizás por aquello del necio, que confunde valor y precio, pero qué le vamos a hacer.

Es más, quizás porque mantienen su Iglesia sorprende la devoción con la que afrontan la liturgia, con un respeto que ya no se ve en España: todo el mundo permanece de rodillas mientras se expone el Santísimo, sea en la consagración o en el paso previo a la comunión. El feligrés no sólo es consciente de que debe sostener económicamente a la Iglesia sino a la tarea caritativa de la misma. En nueva York, por ejemplo, la atención a los sin techo.

Al mismo tiempo, en España estamos en época de IRPF, y en buena lógica debería gustarme la asignación tributaria tan poco como a los medios zapatistas. Pero no: animo a colocar la casilla referente a la Iglesia por dos razones: la primera, porque en Europa existe algo que brilla por su ausencia en Estados Unidos: el Estado del Bienestar. Y si en tal condición vivimos, ¿por qué todo tipo de colectivos pueden recibir apoyos del Estado salvo los católicos, que somos mayoría?

Pero hay otra razón, más económica. La asignación tributaria a la Iglesia y a otros fines sociales constituye la única, y diminuta, libertad de la que dispone el contribuyente para decidir dónde va a parar su dinero. El resto, el 99,3R% de nuestros impuestos directos (y el 100 por 100 de los indirectos) es un cheque en blanco que le entregamos a los políticos para que hagan con él lo que les venga en gana.

Es decir, que no sólo el 0,7 es bueno,  que debería ampliarse a muchos otros campos, no sólo al sostenimiento de la  Iglesia Católica: que los ciudadanos decidan dónde van a parar sus impuestos. Verían cómo los políticos se pondrían las pilas. Ahora mismo, vivimos en una situación de tiranía fiscal en favor de la clase política.

Es decir, que la separación Iglesia y Estado es estupenda y la asignación Tributaria, lo mismo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com