España se enfrenta hoy a una profunda crisis económica y social que hunde sus raíces en una más profunda crisis cultural y, por qué no decirlo, espiritual.
Una de sus manifestaciones es, sin lugar a dudas, la movilización que desde el día 15 ocupa la Puerta del Sol en Madrid. Sus promotores revelan una especie de fatalismo que demanda un chivo expiatorio, ya sea el "capital" o la clase política.
Y es que la democracia requiere, para su buen funcionamiento, tanto de políticos nobles y virtuosos, como de un pueblo consciente de sus derechos, deberes y libertades. Pero curiosamente este segundo extremo parece ignorarse por los congregados en la Puerta del Sol.
La clase política española no procede de Marte. Nuestros concejales y diputados son hijos de su tiempo y de las coordenadas culturales que caracterizan a la sociedad española. Y eso es, precisamente, lo que la clase política traslada a las instituciones que gobierna.
Por esta razón, ahora más que nunca, hay que favorecer el cambio real y hacer posible que la sociedad española pueda manifestar todas sus potencialidades, con un Gobierno que lejos de cercenarlas las impulse.
Enric Barrull Casals