No impartí (servidor, más que impartir, simplemente "daba clase") clase en el número de años suficientes como para destrozar la universidad española, tarea menos ímproba de lo que ustedes podrían creer, pero sí el suficiente para toparme con alguna que otra sorpresa. Por ejemplo, a cierta promoción de mis alumnos no les gustó que les diera a leer un libro de ética tan espléndido como el del filósofo Alejandro Llano, y ofrecían como alternativa "Ética para Amador", de Fernando Sabater, mucho más vendido que el primero. La sugerencia contó con un considerable apoyo entre los discentes, quienes en su mayoría no habían leído ni una línea de Sabater, pero a quien conocían como el promotor del movimiento "Basta ya". Es decir, nada sabían del Sabater escritor pero le conocían por la tele.
Reconozco que, en un principio, no entendí el por qué de la elección. A fin de cuentas, la obra de Llano es un libro no sólo sorprendente por su ingenio, sino de agradable lectura. Amor, sexo, solidaridad son conceptos que Llano valora con encomiable empeño, al tiempo que realiza una acendrada defensa de la libre circulación de personas (también aquí me equivoqué, porque las críticas a la obra me sirvieron para colegir que los universitarios españoles son mucho más racistas de lo que yo pensaba).
Por contra, "Ética para Amador" siempre me ha parecido un libro tostón, donde un padre progre se empeña en situarse en el mismo bando que su hijo adolescente, para soltarle un sermón de estructura muy similar a los viejos sermones de púlpito, sólo que para recordar, como si se tratara de un sorprendente descubrimiento, el viejo eslogan relativista: "Nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira". Principio que los adolescentes (y los no tan adolescentes) traducen de la siguiente guisa: No escuches a nadie, nadie es más listo que tú, así que haz lo que te venga en gana.
Y ahí estaba la respuesta. Los dos volúmenes eran volúmenes de ética, sólo que Llano concluye lo que es bueno y lo que es malo, mientras que Sabater concluye que lo mejor es no concluir. Llano impelía a cumplir unas normas en ocasiones duras, Sabater no imponía nada. Ni impone ni propone. Evidentemente, el libro de Sabater resultaba mucho más cómodo. No más cierto (en el fondo no hacía otra cosa que defender la feroz impostura del relativismo, una estafa para el hombre que quiera alcanzar la felicidad), pero sí más cómodo. Y claro, si no hay Dios, ni hay normas morales objetivas, entonces lo que hay es mercado, un procedimiento estadístico que trata de adivinar el gusto de las masas. Muy democrático, si quieren, pero no necesariamente cierto.
Mi descubrimiento se ha visto acrisolado por las declaraciones realizadas por la cantante islandesa Björk. Uno comprende que la fama idiotiza a las gentes. A hombres y a mujeres, pero especialmente a las mujeres. Porque la fama hace que las mujeres pierdan el sentido del ridículo, y ésta es la peor tragedia que le puede suceder a una fémina. No lo duden: la peor. Entendí la reacción de mis universitarios cuando leí las palabras de la islandesa Björk, una mujer tan popular, tan millonaria, que, naturalmente, emana espiritualidad por todos los poros de su piel pero que (¿podría ser de otra forma?) no quiere saber nada de religiones, porque ha descubierto, ojo al dato, que "dios es muy mandón".
Y claro, así no puede ser. Insisto en que una de las ideas motoras que mejor definen a la sociedad contemporánea es aquel episodio de Asteriz (Axterix en Helvecia) donde un galeno romano aficionado a las orgías, acaba concluyendo aquello de "ya está bien que los dioses tengan tantos privilegios". Muy cierto, Björk: ¿Qué se ha creído Dios para ser tan mandón? Total, por la nimiedad de haber creado el Universo y al hombre, ¿se cree con derecho a establecer lo que está bien y lo que está mal, lo que puedo o no puedo hacer? ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Sí, puede sonarle a risa, pero les aseguro que tal cosa la creen muchos universitarios y la cantante islandesa, Björk.
Por cierto, decía antes, que si no hay moral sólo hay mercado, es decir, allí donde el fuerte se impone al débil. Pues bien, ahí tienen la prueba: el dominical del diario
Eulogio López