Me lo dice un consejero de Endesa: "Si todo este lío termina con el troceo de Endesa, sería bueno cortarle la cabeza (no dice la cabeza, sino otra parte inferior de la anatomía) al presidente del Gobierno, a David Taguas, al vicepresidente económico, al Consejo de Gas Natural y al Consejo de Endesa, yo el primero".
Y es que se dice que Iberia hablará alemán, Altadis, inglés y Endesa, alemán o italiano. Y mientras, el Banco de España fuerza a las cajas de ahorros, socios de referencia del tejido industrial español, a vender sus participaciones industriales. Se impone la teoría FG, que también podríamos llamar teoría Botín, según la cual la propiedad de las acciones no importa y las multinacionales no tienen otra patria que la fortuna personal de sus presidentes… y el derecho de esos mismos directivos a controlar las grandes corporaciones con el menor número de acciones. En otras palabras, a trabajar como banqueros, con "el dinero de los demás".
Pero, incluso antes de eso, la obsesión del español es vender, de la misma forma que la obsesión de otros, pro ejemplo alemanes, y les alabo el gusto, es comprar. Y, desde luego, alemanes, franceses o italianos no son tan tontos como para depreciar los socios de referencia que pueden mantener en manos patrias las decisiones de inversión de las grandes corporaciones: el estado o las entidades financieras públicas. Y así, franceses e italianos no tienen prisa alguna en privatizar sus compañías clave, mientras los alemanes se apresuran a crear grande corporaciones sin despreciar el mantenimiento de los gobiernos regionales o de los bancos públicos regionales en el capital de las grandes multinacionales, como VW, E.ON, Siemens, etc. El sistema anglosajón es más efectivo: declara la liberalización total pero se preocupa de controlar los bancos de inversión, los fondos y la empresa de capital-riesgo, es decir, los nuevos amos del Sistema. El anglosajón (Estados Unidos y Reino Unido principalmente) no quiere controlar las empresas, lo que quiere controlar es el ahorro.
En España, por contra, ni lo uno ni lo otro. Aquí somos tan originales que nos suicidamos: ni acciones de referencia, ni núcleos duros, ni veos políticos. Y, además, suspiramos por vender toda compañía de éxito. Sabemos gestionar, pero, al parecer, somos incapaces de conservar.
Las empresas españolas están en venta, pero encima con cierto determinismo fatalista, con moral de derrota. Todo empresario español que logra el éxito parece estar deseoso de vender, a veces para evitar los líos de herencia, que ahora afectan hasta a El Corte Inglés, un modelo de empresa en cuanto siempre huyó tanto de la bolsa como del endeudamiento, las dos premisas clave para sobrevivir en un universo regido por especuladores.
España, país de pymes. Me lo comentó Cristóbal Montoro, entonces titular de Economía. Y las pymes son maravillosas ciertamente, pero todos sabemos que se precisan ciertas locomotoras en sectores estratégicos, como la energía.
De esta forma, nos acercamos al páramo industrial. Que no es mal sitio cuando la economía marcha bien. Cuando llegan las vacas flacas, es cuando hay que echarse a temblar.
Eulogio López