La portavoz de Rubalcaba, la dulce Elena Valenciano, fue la primera en reaccionar a la dimisión de Francisco Camps como presidente de la Generalitat valenciana.

Doña Elena, una mujer que ha sabido sobreponerse a la mala noticia recibida cuando era niña (desconocemos la naturaleza de la noticia pero, a la vista de sus consecuencias, debió resultar traumática) y que habría agriado el carácter a cualquiera, ha alabado la postura de Camps quien, con su sacrificio por el PP, ha perdido todas las prebendas del poder para defenderse de una acusación de corrupción un tanto estrafalaria, consistente en hacerse dejado regalar unos trajes. Vamos, que ha salvado a su partido de un desastre provocado por su coquetería, lo que no deja de ser un defecto menor.

Otro adversario político que, de inmediato ha sabido reconocer el gesto de Camps, ha sido el ministro portavoz gubernamental, José Blanco, hombre dotado de una rectitud de intención sin parangón en la historia política española. Hasta la tarde del miércoles, Blanco había insistido en la necesaria dimisión del político valenciano (de Valencia, no de doña Elena) pero desde el momento en que se produce el auto-cese ha elogiado a Mariano Rajoy como inductor de la ejemplar operación de limpieza, en lugar de acusar arteramente al líder del PP de ofrecer la cabeza de Camps para salvar la suya (la de don Mariano, no la de don José). Nada más lejos del espíritu del estadista Blanco que la mezquindad.

Qué decir de doña Elena Salgado, siempre dispuesta a buscar la parte de verdad que pueda haber en el adversario, a quien no se le ha pasado por las mientes, ni por un solo instante, la felonía de relacionar la dimisión levantina con las críticas de Soraya Sáenz de Santamaría a la política económica, más bien fracasada, del Gobierno Zapatero. Elena Salgado no se ha enseñado con el derrotado. Y todo esto le honra, porque es hermoso.

¿Y qué me dicen de Rubalcaba? Bien podía haber dado orden a la televisión pública, que con tanto imperio controla, para que adornaran la noticia con una pormenorizada acusación de censura en el acto en que Camps anunció su dimisión, pero no: la información de RTVE fue cristalina, una defensa de Camps quien, con su sacrificio, había puesto el listón muy alto a otros políticos, de izquierda y de derecha, engolfados en casos de corrupción pero empecinados en mantenerse en sus poltronas. Un gesto imprescindible con el que puede haber dado comienzo la regeneración del país.

La tónica socialista ante una dimisión más necesaria que justa, ha sido la de no hacer leña del árbol caído, fea actitud impropia de un partido como el PSOE, y todos nos congratulamos con ello. Otrosí: con la dimisión de Camps, los socialistas han demostrado que su obsesión no es permanecer en el poder el máximo tiempo posible y a cualquier precio sino el prestigio de España y el bienestar de los españoles.

España, país de sectarios, donde todo está permitido, salvo reconocer la parte de verdad, aunque consista en minúsculo adarme. A lo mejor es por esto por lo que los españoles no confían en sus políticos, independientemente de las propuestas de éstos.

Eulogio López

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