El depuesto presidente Lucho Gutiérrez ya está en Brasil, pero desde la misma embajada brasileña en Quito alentó la rebelión de sus seguidores para regresar al poder. Aprovechar un asilo diplomático en un momento de máxima tensión para llamar a la rebelión es causa de pérdida inmediata de dicho asilo, al menos según los usos habituales en la diplomacia internacional. Por eso, en Ecuador están desilusionados con la actitud del presidente Lula da Silva.
Pero la decepción en el país aún es mayor por la salida de la crisis. El movimiento que derrocó a Gutiérrez fue verdaderamente popular y organizado desde una emisora de radio. En otras palabras no está vertebrado. Por tanto, el testigo de Gutiérrez ha sido recogido, no por quienes le derribaron de forma pacífica, sino por los miembros de su séquito, en especial el vicepresidente Alfredo Palacio, otro exponente del nuevo indigenismo hispanoamericano, que el venezolano Hugo Chávez intenta liderar. No obstante, la actitud firme de Condoleezza Rice, secretaria de Estado norteamericana, dispuesta a cortar en seco el nuevo indigenismo, ha servido para que el nuevo Gobierno de Palacio, más de lo mismo, no sea reconocido internacionalmente... ni por España.