A las 9 de la mañana, en la estación mixta (tren, metro y autobuses) de Príncipe Pío, en pleno centro de Madrid, dos policías municipales cacheaban a un joven que llevaba una mochila. Entre policía nacional, Guardia Civil, policías municipales (popularmente conocidos como los "guindillas del tráfico urbano") y guardias privados de seguridad están creando una alarma que sólo ha sido superada por el bando municipal del alcalde, Ruiz Gallardón, que comienza con las siguientes palabras: "Ciudadanos: la ciudad ha sido atacada".

 

Desde el bando del alcalde de Móstoles contra los invasores franceses, allá por 1808, no se conocía ni ese leguaje municipal ni esta histeria ciudadana. ETA, que se ha ensañado con Madrid, nunca había logrado crear esta sensación de inseguridad en la capital de España, y en pleno periodo de interregno gubernamental. Es más, un nuevo comunicado de un nuevo grupo terrorista islámico (ahora todos los comunicados de Al Qaeda y sucedáneos son aceptados como ciertos) afirmaba que esto no ha hecho más que empezar, que Al-Andalus islámico es su objetivo y que veremos mucha más sangre.

 

La verdad es que la sensación, cada vez más generalizada, es que España se está convirtiendo en un verdadero chollo para el terrorismo internacional. No se sabe si los españoles están atemorizados desde el 11-M, pero lo cierto es que los terroristas saben ahora que los asesinatos funcionan políticamente: cambio de Gobierno, posible retirada de las tropas de Iraq, una sociedad crispada (ahora sí, crispada por una razón lógica), dividida en dos bandos irreconciliables, división no superada ni a la vista de la masacre del 11-M, y una cierta sensación de síndrome de Estocolmo: los terroristas tienen culpa sí, pero más tiene Aznar por meternos en la guerra de Iraq.

 

El lunes 5, en Leganés, ciudad dormitorio de la capital en la que cinco (podrían ser seis) terroristas islámicos relacionados con la matanza del 11-M se suicidaron, se producía una manifestación de protesta. Al final, la izquierda, ahora de vuelta al poder, volvió a actuar. La actriz Pilar Bardem no clamó contra los terroristas, sino contra la retirada de las tropas españolas en Iraq y contra quienes nos habían metido en la guerra. Resultado: los representantes del PP dieron la espantada.

 

Y esto es lo más grave. El nuevo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, comanda una especie de "Todos contra el PP", como ha podido verse en la formación de la mesa del Congreso y el Senado. Zapatero es partidario del diálogo, pero sólo para unir a todos los grupos minoritarios en ese "todos contra Aznar". Y le está saliendo bien. Está consiguiendo ganarse para su causa a toda la izquierda progre, a los regionalistas, nacionalistas, independentistas, republicanos y ecologistas, con una sola palabra en la boca: diálogo. No se sabe lo que piensa Zapatero sobre prácticamente nada: sólo se sabe que dialogará mucho con todos y sobre todo… salvo con el PP, se entiende.  

 

Y todo ello no es incompatible con el hecho de que, tanto en el PSOE como en el PP, sean casi mayoría los que creen que si bien nunca debimos entrar en Iraq, ahora no podemos abandonar y salir corriendo. En este momento, se está produciendo en Iraq lo más parecido a una insurrección popular contra los ocupantes, con multitudes a la que alguien ha dotado de armamento de primerísima calidad y de letal eficacia. En efecto, España no debió secundar a Estados Unidos en una guerra injusta (más bien en una post-guerra), pero ahora no es el momento de abandonar. Zapatero suspira por una resolución de la ONU que le permita salvar la cara y mantener las tropas sin incumplir su palabra. Pero es difícil.

 

En el entretanto, lo más grave sigue siendo el mensaje que España ha lanzado al terrorismo internacional. Y lo segundo más grave es el silencio de Zapatero, que permite el linchamiento de Aznar (lo que en nada ayuda a los españoles) sin dejar claro dónde está el verdadero enemigo. "Oyéndole callar" uno diría que hace buenos a quienes califican a Aznar de "asesino". La verdad es que al nuevo presidente del Gobierno esta situación no parece disgustarle en demasía.

 

La diferencia entre Estados Unidos y España consiste en que si el demócrata John Kerry llega a la Casa Blanca, no mantendrá una postura menos dura que Bush contra el terrorismo internacional o los gobiernos gamberros. Por ejemplo, aunque Kerry acusa a Bush de haber mentido a los norteamericanos con las armas de destrucción masiva, nunca se le ocurriría afirmar que va a retirar las tropas de Iraq. El terrorismo puede hacer, como ha ocurrido en España, que Bush pierda las elecciones y las gane Kerry, pero no supondrá un cambio en las líneas maestras de la política exterior estadounidenses. En España, sin embargo, sí. La obsesión anti-Aznar puede más en Zapatero que el empeño por combatir el terrorismo.