"No se pueden cortar las raíces de las que provenimos". Juan Pablo II mostraba el pasado domingo 20 su malestar por la supresión de cualquier alusión al Cristianismo en la futura Constitución Europea. Por contra, los padres de la nueva Europa (de la madre no se sabe) han aprovechado para esculpir sus 25 nombres propios "inspirándose en las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa". Sólo falta añadir el remoquete aquel de "y de los grandes expresos europeos". Ya se sabe que lo contrario de la sencillez no sólo es la mentira, sino la mentira hortera. Lo de cultura no se sabe lo que es, lo de las "religiones" se supone que se refiere a los druidas celtas, quizás a Thor y Odín, y lo del humanismo es sabido que siempre se ha utilizado no a favor de todos, sino en contra de alguien o de algo.
Ahora bien, la exclusión del Cristianismo del futuro texto constitucional europeo no es causa, sino efecto de un texto vacío. Un texto que dice cosas tales como la nueva Europa que "pretende avanzar por el camino de la civilización, el progreso y la prosperidad". ¡Qué objetivos tan ilusionantes! Si esas son las metas, a lo mejor tienen razón los padres de la patria Europa: el Cristianismo sobra. El Cristianismo, dónde vas a parar, es mucho más ambicioso.
Habrá que insistir: una Constitución es un elenco de derechos, que regula la defensa de la persona frente al Estado. Pues, miren por dónde, en el texto, estupendo texto de más de 300 páginas que aconsejo contra el insomnio, he leído muchas veces los términos "habitantes" o "ciudadanos", pero no he encontrado nada referido a las personas. El invento del masoncete Giscard d'Estaing no ha llegado a referirse a los ciudadanos de la Unión como "contribuyentes" o "clientes", pero le ha faltado un pelo. En efecto, el Cristianismo no es muy compatible con esta terminología.
Sigamos. Esto más parece un Código de Derecho Civil que una Constitución. Es más, parece que el redactor se vio obligado a hablar de valores europeos para evitar la entrada de elementos indeseables. Y así, tras afirmar que la Unión está abierta a todos aquellos que defienden los valores europeos se ha visto en la necesidad de recordar cuáles son esos valores: "Respeto a la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto a los derechos humanos". No está mal, pero, a continuación, la pringa: "Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la no discriminación".
Habrá que recordar aquí que el pluralismo no es un derecho, sino el resultado del respeto al otro, a su vida y a sus convicciones. La tolerancia aún más: no es un derecho, sino un deber, o mejor, el resultado de la aplicación de una serie de derechos.
Naturalmente, falta el derecho a la vida, sustituido por la dignidad humana. Porque, claro, definir el derecho a la vida en una Europa marcada por la matanza de los no nacidos en sus más diversas formas, podría dar lugar a que las contradicciones se vieran demasiado.
Al final, ¿cuáles son los objetivos de la Unión Europea? Pues, ahí van, sin anestesia: "Promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos". Y solventada esta incordiante cuestión de los derechos, podemos pasar a los fines realmente serios, realmente europeos y civilizados: "La Unión ofrecerá a sus ciudadanos un espacio de libertad, seguridad y justicia sin fronteras interiores y un mercado interior en el que la competencia sea libre y no esté falseada". Es decir, que más que una Carta de libertades lo que tenemos es pancarta de libre competencia mercantil. Y "no falseada", oiga usted.
Se trata, además, de una Constitución políticamente correcta: La Unión Europea, "contribuirá a la paz, la seguridad, el desarrollo sostenible del planeta". No, si te parece, podríamos afirmar, en el frontispicio legal, que la UE iba a promover la guerra, la inseguridad y el desarrollo frustrado. Con sinceridad, siempre tuve claro que los siete redactores de la Constitución española de 1978 no pasarían a la historia de las ideas políticas, pero, al lado del mariachi Giscard, semejan verdaderos monstruos.
Más: "La Constitución y el Derecho adoptado por las instituciones de la Unión... primarán sobre el Derecho de los Estados miembros". Es decir, se carga el principio de subsidiariedad. Hombre, bien estaría si la construcción europea emergiera del pueblo europeo, pero no es el caso. Esta Constitución ha sido redactada por un conjunto de ilustrados y acordada por 25 políticos (de un total de 450 millones de habitantes). Estamos ante la resurrección del Despotismo Ilustrado: todo por el pueblo, pero sin el pueblo. Tanto es así, que los 25 señoritos no han discutido sobre derechos y libertades. No, de lo que han discutido es del reparto de poder. Más que una Constitución, parece que han parido un reglamento parlamentario.
Por tanto, no sólo es que la Constitución europea deba ser sometida a referéndum: es que no debería entrar en vigor mientras no fuera aprobada por el 51% de esos 450 millones de ciudadanos y por el 51% de los ciudadanos de todos los países miembros. Eso sí que es doble mayoría.
La bandera de la Unión será azul con doce estrellas doradas. Naturalmente, como la UE no es cristiana, sino inspirada en herencias culturales religiosas y hasta humanísticas, no podemos recordar que el inventor de la bandera era un gran devoto de la Virgen, y que esas doce estrellas son las que coronaban a la Inmaculada, según la Biblia. Pero, seguramente, estamos en el capítulo de la herencia cultural o humanística.
El Día de Europa se celebrará el 9 de mayo, y esto me molesta mucho, porque es mi cumpleaños. Así que, mientras la Constitución no recoja el derecho a la vida, pues casi me apunto a votar no. Que Chirac y Schröder hagan su Europa, pero no con mi connivencia, gracias. Si el derecho a la vida no queda claro, y si la filosofía más profunda que se ofrece es el desarrollo sostenible y la de la libre competencia, y si la metodología es la propia del Despotismo Ilustrado, entonces lo mejor es bajarse del autobús. Una Europa ilustrada no es más que una Europa desesperada, triste.
Aunque no soy muy original en mi desapego: el 66% de los españoles mostraron idéntica tendencia el 13 de junio. Europa no va con ellos.
Eulogio López