Los secuestradores iraquíes de dos periodistas franceses, Christian Chesnot y Georges Malbrunot, han decidido liberarles, tras cuatro meses de tortura, porque han descubierto que no eran espías, conclusión, que, al parecer, les ha costado cuatro meses de investigación, y porque, ojo al dato, sus secuestradores aplauden la política antibélica de Francia. 

Todos nos alegramos por la liberación, pero esto segundo es lo verdaderamente peligroso. Ahora mismo, la diplomacia francesa, el mismísimo Chirac, hoy mejor que mañana, debería rechazar el altruismo barato de estos bastardos y afirmar que Francia siempre estará en lucha contra indeseables de esta calaña, que secuestran a víctimas inocentes y negocian con ellos como los tratantes de esclavos negociaban con la vida de los negros traídos de África al Nuevo Mundo; que Francia puede estar contra la Guerra de Iraq, pero siempre contra el terrorismo islámico. Pero mucho me temo que la diplomacia francesa ya ha prometido hasta demasiado a los secuestradores a cambio de la liberación.

La táctica es simple y la comprenden hasta los críos. La nebulosa Al Qaeda no es una institución jerárquica, lo que significa que puede ocurrir cualquier cosa en cualquier sitio. Pero el 11-M, que no el 11-S, en Madrid, capital de España, el terrorismo islámico consiguió su primera gran victoria: asesinó a 192 inocentes y con ello consiguió modificar un Gobierno en vísperas electorales, romper una coalición internacional e introducir el miedo en Occidente. Desde entonces, en lugar de exigir al Islam reciprocidad a la hora de respetar a los cristianos en Occidente, hablamos de alianza de civilizaciones, como si pudieran ponerse al mismo nivel a la civilización cristiana, respetuosa con los demás, con la islámica, que por respeto entiende el resistir en minoría e imponer el pensamiento único cuando se ha logrado la mayoría o el poder.

El miedo que atenaza a la actual Europa resulta patético. Francia y Alemania, y España aún más, no son capaces de pensar que se podía, y se debía, estar contra la Guerra de Iraq, el gran error de George Bush, pero no se puede estar contra la posguerra. No se puede estar contra la Casa Blanca cuando, a pesar de todos los errores cometidos, lo que está intentando es convertir a dos países de Oriente Medio (Afganistán e Iraq) en dos democracias donde se respeten los derechos humanos. Y lo está haciendo a costa de la sangre de muchos soldados norteamericanos, mientras la acobardada Europa mira hacia otro lado. El martes 21, Hertmann Tertsch, ese periodista al que su brillantez ha evitado que los talibanes progres de El País, los chicos de Juan Luis Cebrián, no le destierren al suplemento dominical, recordaba el pasado lunes 20 justo eso mismo : lo ridículo que resulta que en Europa (por ejemplo, en su propio diario) se siga señalando de insurgentes a los terroristas que asesinaron en plena calle, de un tiro en la nuca, a tres miembros del Comité que intenta organizar unas elecciones  libres en Iraq el próximo 30 de enero.

Horas después del artículo de Tertsch, una veintena de marines norteamericanos morían en un ataque a su base de Mosul. No pasa nada. Para la cobardona progresía europea, se trata de una consecuencia lógica ante el empecinamiento de su jefe, el tal Bush. Ahora bien, como los marines lancen hacia las bases de las que parten los terroristas (perdón, insurgentes) para evitar nuevos atentados, entonces se habla de masacre en Faluya.

Insisto : se puede estar contra la guerra, pero no contra la posguerra. Se puede recordar, y la historia lo hará, a George Bush que comenzó una guerra injusta y que no se pueden matar moscas a cañonazos, que contra el terrorismo hay que luchar con medios policiales, judiciales y políticos, no con ejércitos. Los ejércitos están para otra cosa. Ahora bien, a día de hoy, la única posibilidad es abandonar a Iraq y a Afganistán a su suerte o, por el contrario, y aunque parezca complicadísimo, intentar democratizar ambos países. Pero para eso no hay que ceder ante Ben Laden, hay que hacerle frente. Los estadounidenses lo están haciendo, los europeos miramos hacia otro lado y confiamos en que nuestros desdenes hacia el Imperio nos otorguen el certificado de antibélicos. De este modo, seremos tan afortunados que los terroristas nos dejarán tranquilos por algún tiempo.

Y lo peor es que este Síndrome de Estocolmo, que no es más que puro miedo, viene ahora a reforzarse con la postura del magistrado Juan Del Olmo. Para el juez que investiga la masacre, resulta que el asesinato colectivo fue una reacción a la participación de España a la Guerra de Iraq. Toda la progresía encontrará, a lo largo de los próximos días, el argumento definitivo que ratifique sus posturas. Una verdadera tontería, que representa la mejor definición del Síndrome de Estocolmo que nos asola. Porque, independientemente de lo que los asesinos de Atocha hicieron lo que hicieron para vengar la participación española en la Guerra de Iraq, eso no significa ninguna de estas tres cosas: ni dejan de ser asesinos, ni hay que cambiar de política frente al fanatismo ni Aznar mató a las víctimas del 11-M. En el peor de los casos, George Bush, Tony Blair o José María Aznar pueden haber sido causantes del 11-M, pero no culpables del mismo. Lo que ocurre es que tenemos demasiado miedo, pero el miedo ante el fanático no disminuye por hacerle concesiones. El fanático lo toma como un signo de debilidad.

Estados Unidos exporta libertades; los europeos exportamos nuestro miedo : miedo a la vida y miedo a la muerte.

Eulogio López