El retiro de los Estados Unidos de Irak y Afganistán, el ascenso de China al status de superpotencia y el nuevo mapa político global centran esta carta.
Los Estados Unidos llevan ya once años en Afganistán. Medio Oriente ha representado durante la última década el escenario por excelencia en donde las tropas norteamericanas desarrollaron sus actividades. Con los atentados del 11 de Septiembre de 2001 como punto de partida y la guerra contra el terrorismo como argumento central, Washington y sus aliados llevaron adelante una ambiciosa y costosa campaña militar que pareciera comenzar a encontrar su fin. El retiro de tropas de Irak fue materializado en 2011 y la intervención en Afganistán encontrará su final en el presente año. Luego de una década de activa participación en la región, la política exterior norteamericana comienza a individualizar una nueva gran área sobre la que volcará su poderío militar y a la cual dará una nueva prioridad: el Asia-Pacífico.
Luego de la disolución de la Unión Soviética, los Estados Unidos emergieron como la única superpotencia mundial. El equilibrio de poder entre dos gigantes que caracterizó a la Guerra Fría se evaporó y Washington focalizó sus esfuerzos en enemigos no convencionales para la teoría política internacional. La guerra contra el terrorismo y la búsqueda a de la seguridad internacional desplazaron al equilibrio de poder entre los estados nación como la prioridad de la agenda global.
Desde la llegada al poder de Deng Xiaoping en la Republica Popular China en la año 1978, y gracias a una gradual y paulatina liberalización de su economía, el gigante asiático ha experimentado un extraordinario e ininterrumpido crecimiento que lleva ya más de treinta años.
Como suele suceder, el crecimiento económico trae aparejado un incremento en la capacidad de un país de operar dentro del sistema internacional, y eso es lo que ha sucedido con China durante los últimos años. Beijing se ha posicionado como un actor de creciente protagonismo en las Relaciones Internacionales.
En los últimos años se ha transformado en la segunda potencia económica mundial y de persistir las tendencias podría superar a los Estados Unidos como la principal economía del globo promediando el siglo XXI. Este constante crecimiento no es solo económico, sino también político, tecnológico e inclusive militar. La influencia de Beijing ya se hace sentir fuertemente en todo el Sudeste Asiático, África y América Latina y al mismo tiempo, junto a otras potencias como Rusia y la India, comienza a ocupar un espacio en el balance de poder planetario que se encontraba vacío desde la disolución de la Unión Soviética.
Dentro de este nuevo y cambiante contexto global, Washington comienza a movilizar su poderío bélico del Medio Oriente a nuevos puntos estratégicos del Asia-Pacífico, donde persigue el único objetivo de contener el expansionismo chino. Dentro de esta estrategia, Australia cobra un renovado protagonismo. Estados Unidos ha firmado un tratado de cooperación militar con las autoridades de Camberra. El mismo permite a fuerzas norteamericanas utilizar la base de Robertson Barracks ubicada en el norte de Australia y las Islas Cocos (ubicadas al noreste del continente australiano) como plataforma para el lanzamiento de aeronaves y establecimiento de tropas.
Si sumamos este nuevo despliegue a la presencia norteamericana en la isla japonesa de Okinawa y la fuerte influencia de Washington sobre Corea del Sur y Taiwán lograremos observar un gran cinturón estratégico que intenta acorralar geopolíticamente a China. Particularmente en lo relativo al flamante acuerdo militar australiano-norteamericano, las fuerzas allí apostadas buscan directamente detener la intención de Beijing de extender su soberanía sobre el disputado Mar de la China meridional. Este espacio marítimo está compuesto por 3,5 millones de kilómetros cuadrados, es potencialmente un reservorio de múltiples recursos naturales, y tiene una ubicación estratégica por la cantidad de buques comerciales que lo transitan a diario. En la actualidad, la soberanía sobre el Mar de la China Meridional se encuentra en disputa entre una decena de países y los Estados Unidos están dando un claro y contundente mensaje: no permitirán que China se apodere es esta valiosísima área marítima.
La Guerra contra el Terrorismo no ha terminado, Washington continuara activamente persiguiendo células de Al Qaeda y otras organizaciones en el mundo árabe. Su constante presencia y cooperación con gobiernos locales en el Medio Oriente y el norte de África así lo demuestran. Lo que pretendo mostrar con este análisis es que un nuevo adversario a la supremacía global de los Estados Unidos ha sido identificado por Washington. Todo pareciera indicar que el Lejano Oriente y el Asia-Pacífico serán, en las próximas décadas, el escenario donde veremos la mayor tensión de fuerzas entre los dos principales actores de la política global del siglo XXI.
Santiago Pérez