Ocurrió el pasado 23 de enero. El clérigo más famoso de España en el momento presente, el cardenal primado de España y arzobispo de Toledo, monseñor Antonio Cañizares, consagraba España a la divina Misericordia. Fue Juan Pablo II quien difundió una devoción actualizada en el siglo XX por la polca Faustina Kowalska, muerta en puertas de la II Guerra Mundial. Un ramal teológico que ha encontrado seguidores en todo el mundo, pero cuya fundadora estuvo bajo sospecha en Roma hasta 1978, en vísperas del nombramiento de Karol Wojtyla. Ya siendo pontífice, Juan Pablo II acreditó las revelaciones de Santa Faustina canonizándola.
Si hubiese que resumir periodísticamente, y no es tarea fácil, podríamos decir, con cierto deje castizo, que lo único que predicó Santa Faustina es que, dado cómo está el mundo, mejor que esperar la justicia divina es acogerse a su misericordia. Kowalska, una religiosa sin formación, que murió muy joven, impresiona por su altura mística y, en el plan teológico, por el análisis de la virtud de la confianza en Dios, virtud que considera la más excelsa de todas, la que da sentido a una vida. Su doctrina parte de un tronco común a toda la historia del Cristianismo, como es la infancia espiritual.
Asimismo, su famoso Diario sorprende por las referencias históricas a la situación en Polonia, Rusia y España. La religiosa polaca habló mucho de nuestro país durante la II República. Da la impresión de que la feroz Guerra Civil no la sorprendió lo más mínimo.
Eulogio López