Stuart Steves parece salido de un anuncio de Marlboro, pero, al parecer, se dedica a asesorar a George Bush en sus campañas electorales. Tiene la pinta del americano que desea terminar cuanto antes una discusión para ponerse a trabajar, para conseguir algo que sea computable en votos o en dólares. Ha venido a España para participar en el II Seminario Internacional de Comunicación Política, organizado por un grupo de asesores políticos (a ellos no les gusta que les llamen así, pero, por eso, lo hago) al que habrá que empezar a tener en cuenta: Mas Consulting Group.

Y allí le cogió una redactora de El Mundo para entrevistarle. Y créanme, soy de la opinión de que la tal entrevista debe ser recortada y guardada para la posteridad. Cuando los intelectuales de pasado mañana, un nieto de Pérez Reverte, pongamos por caso, pretendan resumir la entrada de siglo en Europa, pueden echar mano de documentos tan esclarecedores como este. Por ejemplo, en un momento dado, la escribana inquiere (¡Ojo al dato!):

-Pero cuando hablamos de valores, las diferencias se tornan irreconciliables. Si uno cree que sabe lo que es el bien y el mal, no hay lugar para la discrepancia.  

Me imagino al bueno de Stuart bizqueando con fruición y observando si su interlocutora no se transformaba en un enorme cefalópodo.

Cuando hablamos de valores, las diferencias se vuelven irreconciliables. ¡Toma ya! Podemos deducir que, dado que la cosa se pone, más bien irreconciliable, lo que hay que hacer es no hablar de valores, no mencionarlos siquiera. Bueno, ya casi estamos en ello.

No olviden que lo bueno que tienen las entrevistas periodísticas, siempre superiores a las realizadas en radio y televisión, es que si uno es consciente de haber dicho una memez, siempre puede modificar el contenido de la pregunta sin deslucir la veracidad en la respuesta. Lo que significa que, si nuestra investigadora mantuvo la pregunta en esos términos, es porque a día de hoy se seguirá sintiendo orgullosa de ella.

Pero lo bueno viene a continuación: Si uno cree que sabe lo que es el bien y lo que es el mal, no hay lugar para la discrepancia. ¿Y por qué no debería haber lugar para las discrepancias? Eso me recuerda cuando a Chesterton le acusaron de dogmático. Otro se habría preocupado en diseccionar el concepto de dogma y todo su campo semántico anexo, pero don Gilbert se limitó a responder: Sólo conozco dos tipos de personas, los dogmáticos que saben que lo son y los dogmáticos que no saben que lo son. Porque lo que nuestra plumífera está urgiendo, al igual que todos los progres que en el mundo han sido, es que nadie puede afirmar lo que está bien y lo que está mal. Uno supone que los progresistas defienden esta tontuna más que nada para que nadie pueda acusarles de algo, que es lo que verdaderamente les fastidia. Pero no deja de ser curioso que, en nombre de la libertad y del antidogma, se caiga en el dogma más aciagado y tirano de los tiempos actuales: nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Y así es: nada es verdad menos justamente esto : que nadie, bajo pena de muerte social, de exclusión y condena al silencio, deberá osar decir que algo, lo que sea, está bien o mal.

Pero lo más cachondeable es el remoquete final: si la gente creyera que algo, lo que sea, está bien o está mal, no hay lugar para las discrepancias: ¡¡¡¿.?!!!  

¿Qué contestó Stuart a todo este galimatías? Pues nada, naturalmente. Supongo que achacaría la viruta mental a un problema de traducción.

Sin embargo, nuestra astuta reportera, inasequible al desaliento, continúa castigando al chico Marlboro :

-Hay quienes creen que Estados Unidos también se desliza hacia una teocracia fundamentalista.

Esto del se dice, se comenta, es un truco periodístico para expresar una opinión propia como resultado de una encuesta, que siempre resulta mucho más científico. A estas alturas, el tic nervioso de Stuart debió acentuarse una barbaridad, así que optó por afirmar justo lo contrario : América es el país más tolerante y donde coexisten más religiones.

Pero, como creo haber dicho antes, la Tribulete de El Mundo no se iba rendir tan fácilmente:

-Después de lo que vimos en Iraq, ¿significa la reelección de Bush el principio del fin de la ley internacional y el consenso?

Esto me recuerda a una compañera que yo tenía en el inefable semanario satírico El Cocodrilo, de espléndida memoria, enamorada del periodismo de investigación, quien cogía el teléfono y formulaba preguntas del siguiente tono :

-¿Es usted el que ha robado 30.000 millones de pesetas?

Y uno se imaginaba que, al otro lado del hilo, una voz gratificada, noble y orgullosa, respondía:

-Por supuesto que sí, señorita.

Stuart, que ya debía empezar a darse cuenta de en qué manicomio había caído, simplemente le recordó que había 30 países que apoyaban a Bush en la coalición contra Iraq, para, al final, lanzar un dardo venenoso : Los españoles deberían preguntarse si están más orgullosos de haberse retirado de Iraq o de haber enviado allí tropas.

No lo olviden, el problema de los valores es que, si uno sabe lo que está bien y lo que está mal, la discrepancia no es posible. Si está clarísimo.

Eulogio López