La historia de la Unión Europea empieza a resultar extraordinariamente divertida. Mientras los griegos queman edificios en Atenas, la canciller alemana Angela Merkel y sus coriáceos ministros del área económica advierten, 'another time', que el ajuste no es suficiente, que tienen que apretarse más el cinturón, despedir más funcionarios, reducir los salarios y rebajarse aún más el salario mínimo interprofesional (ya les han obligado a reducirlo un 20% y se ha quedado por debajo de los 600 euros brutos mensuales).

Al parecer, ningún ajuste es suficiente para los prusianos, sobre todo si se exige en cabeza ajena. O sea, pura solidaridad europea.

Eso sí, Alemania no quiere que Grecia abandone el euro. Prefiere tenerla dentro y bajo su bota.

¿Y todo ello para qué? Pues para que Grecia pueda seguir endeudándose... con los intermediarios y ahorradores alemanes, que le sajan con unos intereses crecientes e impagables.

No sólo eso: doña Ángela se dedica, a través de sus marionetas de la Comisión Europea y el Parlamento de Estrasburgo, a dictar las políticas económicas de cada Estado miembro, que sólo son 27, y a unir Europa según los intereses de Prusia.

Llevamos muchos años en que la Europa regida por Alemania -Aleuropa- crece hacia fuera pero no hacia dentro, cada vez más grande y cada vez más enfrentada. Nació la Unión Europea para poner fin a 500 años de enfrentamientos entre países uniéndolos a todos y ahora es tal que corre el peligro cierto de guerra civil.

En su exhortación apostólica 'Ecclesia in Europa', el beato Juan Pablo II aseguraba que lo más importante para el continente no era una moneda común, un presupuesto paneuropeo, ni tan siquiera una Constitución, sino "una necesidad creciente de esperanza, una esperanza que nos permita dar sentido a la vida y a la historia".

Y resulta que esa esperanza no puede ser sino la esperanza en Cristo porque "el olvido de Dios ha llevado al abandono del hombre".

Estos son los síntomas de la Europa postcristiana, según el papa polaco, que también conociera "los dos pulmones de Europa":

1. Una especie de agnosticismo práctico e indiferencia religiosa que hace que muchos europeos den la impresión de vivir sin raíces espirituales y, en cierto modo, como herederos que han dilapidado un patrimonio que les fue confiado por la historia.

2. Temor al futuro. Un vacío interior que atenaza a mucha gente.

3. Una fragmentación existencial generalizada en la que prevalece una sensación de soledad.

4. El debilitamiento del concepto mismo de familia, unido a un egoísmo que hace que los individuos y los grupos se encierren en sí mismos.

5. Una creciente falta de preocupación por la ética y una preocupación excesiva por los intereses y privilegios personales que lleva a la disminución del número de nacimientos.

No sé lo que estos cinco puntos, el mejor reflejo de lo que ocurre en la vieja Europa, preocupan y ocupan a Ángela Merkel o a sus socios Nicolás Sarkozy o David Cameron pero podría adivinarlo.

Pero todavía me ha llamado más la atención la conclusión de 'Ecclesia in Europa': "Una de las raíces de la desesperanza que actualmente asalta a mucha gente es su incapacidad para permitirse el perdón, una incapacidad que a menudo proviene del aislamiento de los que, viviendo como si Dios no existiera, no tienen a quien recurrir en busca de perdón".

Y saben lo peor: que si Europa no funciona, el mundo tampoco.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com