La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos sobre los crucifijos ahoga la libertad religiosa en su misma cuna. Lo  peor, los fundamentos del fallo: la sola presencia de un crucifijo vulnera la libertad de enseñanza de la madre recurrente, lo que abre un panorama asfixiante para los creyentes. Esta sentencia se combina con el fallo del juez  británico que asegura que el ecologismo es una nueva religión: ya tenemos una Europa pagana y panteísta, es decir, liberticida

Hablamos del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sito en Estrasburgo, que no conviene confundir con los tribunales de la Unión Europea, con sede en Luxemburgo. Sería una errata grande pero no un gran error, porque Europa se está forjando a caballo entre la jurisprudencia del Tribunal de Derechos y las directivas de la Comisión de Bruselas más o menos recocidas en el Parlamento Europeo (de Bruselas y de Estrasburgo, pues tiene doble sede) y reñidas en Luxemburgo. Digamos que Estrasburgo marca la línea ideológica, constitucional, y entre Bruselas y Estrasburgo. El de Derechos Humanos no tiene fuerza jurisdiccional, pero juega en el derecho paneuropeo un papel similar al de las constituciones, o conjunto de derechos de los Ciudadanos. Traducido: su poder es poco pero su influencia es grande.

Pues bien, el muy alto tribunal de la bella ciudad francesa ha decidido que los crucifijos en las aulas atentan contra la libertad de educación. Está claro que si un niño seriamente educado por sus padres en el gnosticismo, observa un crucifijo mientras le torran con las matemáticas ello podría suponer una tentación a la conversión.

Es curioso, porque los mismos comecuras que aplauden la decisión se rasgan las vestiduras cuando alguien crítica Educación para la Ciudadanía que, según ellos, es una materia neutra, que no pueden convertir nadie a nada, ni tan siquiera de convertirse al cristianismo (esta opción, ciertamente, resulta bastante improbable).

¿Qué hacer? Podríamos conformarnos y adoptar la actitud, sin duda inteligente, que apunta un lector de Hispanidad.

Pero quizás el problema sea más de fondo. Como casi siempre ocurre con los fallos judiciales, lo que importa no es la sentencia, sino los fundamentos de la misma. No los fundamentos jurídicos sino los morales, que constituyen la almendra de la cuestión. Pues bien, el Tribunal de Estrasburgo asegura que la sola presencia del crucifijo, un símbolo con 2.000 años de historia, reverenciado por millones de seres humanos, es liberticida.

El argumento es tan fácil de extrapolar que produce un ligero vértigo: porque si la presencia de un crucifijo en un lugar público o semipúblico ofende a la madre de unos alumnos, ¿qué pasará con las iglesias públicas -¡qué horror!- en plena calle, con sus cruces, sus imágenes a la vista de todos? Por cierto, ¿podrá santiguarse la gente al pasar delante de un altar o estará violentando la libertad del que pase a su lado? ¿Qué me dicen de las ermitas rurales y de las hornacinas urbanas? ¿De los gentilicios con nombres religiosos? ¿Cómo deberíamos llamar a San Sebastián? ¿Y el calendario, jalonado de motivos religiosos?

Porque éste es el problema del Viejo Continente: Europa es la fe y la fe es Europa, clamaba Hilaire Belloc. No es separable Europa del cristianismo porque Europa es la civilización cristiana.

Europa quiere ser un sólo país, una nación, pero para forjar una comunidad se necesita un punto en común, y el punto común de Europa es un crucifijo.

Y el problema de una Europa pagana es doble:

1. En primer lugar, es un imposible, se autodestruye.

2. En segundo lugar, una Europa pagana se convierte en una Europa cautiva porque la libertad que Europa ha enseñado al mundo no es más que la libertad cristiana, es decir, la libertad de los hijos de Dios. Desde su origen mismo, porque la fe se propone pero no se impone.

¿Significa esto que Europa debe ser confesional? No, Europa tiene que ser cristiana, no puede ser otra cosa, porque en la esencia misma del cristianismo está la libertad y porque la ideología política cristiana consiste en que el individuo, por ser hijo de Dios, es sagrado. Por tanto, a nadie se le puede obligar a rezar a un crucifijo. Ahora bien, una cosa es esa libertad religiosa y otra muy distinta retirar los crucifijos como atentatorios contra su libertad. Porque si a Europa le quitamos su crucifijo, también le estaremos arrebatando su propia historia.

Y la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos se complementa con el fallo del juez inglés que asegura que el ecologismo es una religión y como tal debe ser respetada. El británico Michael Burton se parece mucho a su colega, Baltasar Garzón. Ambos resultan difíciles de definir porque arremeten contra algo y contra su contrario con igual vehemencia. Garzón acaba de arremeter contra socialistas y convergentes para que no se diga que sólo empitona a los populares. De la misma forma, el magistrado Burton aseguraba meses atrás que Una verdad incómoda, el filme del inefable Al Gore, era una exageración y no debía enseñarse en las escuelas, y ahora ampara a un trabajador que ha denunciado a su empresa por contaminar asegurando que la ecología es similar a un credo. 

Tiene toda la razón, aunque yo prefiero hablar de eco-panteísmo. Chesterton aseguraba que sólo existían dos credos: cristianismo y panteísmo. La ecología es la nueva máscara del viejo panteísmo, siempre tan triste.

La explicación de los dos magistrados es muy simple: se llama egolatría o tendencia imperiosa a situarse siempre en el proscenio. Pero esa no es la cuestión, la cuestión es que la Europa cristiana ha pasado a ser pagana y el paganismo siempre ha sido liberticida. Y como el hombre necesita creer en algo, los europeos tienden a creer en el panteísmo, precisamente la filosofía, de origen oriental, a la que llevan 20 siglos planteando batalla.
En cualquier caso, no se apuren que España ya se ha convertido en el adelantado de la Unión. Zapatero, futuro presidente de la UE -afortunadamente sólo durante 6 meses- quiere retirar los crucifijos de escuelas, hospitales y cuarteles. Por el momento, en un alarde de tolerancia, ZP no piensa retirar los crucifijos de las iglesias. En otros países, como Italia, son más sensatos.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com