En la primera batalla por la vida, la del aborto, la estrategia del Imperio de la Muerte era ésta: que no se vea. Y es que el feto se parece tanto a un niño que ni el abortero más montaraz puede evitar la terrible tentación de pensar que, en efecto, es un niño.  De ahí que todos los vídeos sobre abortos, empezando por "El Grito Silencioso", del fallecido médico abortista Nathanson, fueran prohibidos en la televisión pública española por parte del Gobierno de Felipe González, que tiene el dudoso honor de haber traído el aborto a España. Y es que hay que tener mucho estómago para ver la grabación de un aborto y seguir siendo abortista.

 

Con la segunda batalla, la de la utilización y manipulación de embriones, el asunto consiste, precisamente, en lo contrario: que se vea. De esta forma, puede conseguirse que, en efecto, la lamentable expresión "un conjunto de células" se haga realidad, dado que, un embrión, al igual que el mismísimo Mike Tyson, es un conjunto de células, pero, además, lo parece. Y lo que importa en la sociedad de la imagen son las apariencias.

 

Así que el evento tenía que llegar. En el Hospital San Pau (no reparen en el nombre, por favor) tendrá lugar una exposición de células embrionarias, es decir, de embriones, como parte de la Semana de la Ciencia que en Barcelona patrocinan el Ayuntamiento de la Ciudad Condal con su alcalde, el inefable Joan Clos -uno de nuestros peores ciudadanos-, el Parque Científico y la Cátedra de Bioética de la Universidad de Barcelona. Todo ello, al rebufo de una nueva obra de Gedisa, una editorial especializada en terapias génicas y muertes igualmente génicas, cuyo mentor es el profesor de Ética Javier Sádaba.

 

Que se vea o que no se vea, esa es la cuestión. Los fetos abortados son en primer lugar ocultados a la madre y luego tratados como elementos de desecho o para la industria de la cosmética. Los embriones son tan seres humanos como los niños, los adultos, los viejos, porque donde hay genoma humano, hay ser humano, sólo que no lo parece. Por eso, hay que mostrarlos, en nombre de la ciencia y la bioética. Se ve o no se. Todo estriba en un asunto tan simple como este. Una cuestión de apariencias. Lo otro, como diría nuestro amigo Sádaba, sería puro esencialismo.  

 

Eulogio López