Nueve de mayo, Día de Europa: momento para la reflexión
Este viernes 9 de mayo celebramos el Día de Europa. Fue el 9 de mayo de 1950 cuando Robert Schuman propuso a Alemania y al resto de los países europeos crear la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, la CECA. Se trataba del embrión de lo que hoy conocemos como Unión Europea. ¿Estamos siendo fieles al espíritu fundacional de Schuman, Adenauer y De Gasperi? ¿Resuelve el Tratado de Lisboa el impasse generado tras el rechazo francés y holandés a la non nata Constitución Europea?
Estos temas serán analizados en El Club de la Palabra de Intereconomía TV el próximo domingo 11 a las 20,30 de la tarde. Participará el eurodiputado popular, Iñigo Méndez de Vigo; el catedrático Jean Monnet de la Universidad CEU San Pablo, José María Beneyto; el director del Centro de Estudios Europeos de la Universidad Rey Juan Carlos, Rogelio Pérez Bustamante y el secretario general de Paneuropa España, Ronald Bunzl.
La propuesta Schuman había sido extraordinariamente audaz. Habían pasado sólo 5 años desde que finalizara la segunda guerra mundial y las heridas entre franceses y alemanes seguían abiertas. Schuman entendió sin embargo que era hora de cerrarlas. Y para ello nada mejor que imbricar los intereses sobre el carbón y el acero, la materia prima de la guerra.
De esta manera, los europeos dirían nunca más a un conflicto armado. La audacia de Robert Schuman tuvo la oportuna respuesta en su contraparte alemana, Konrad Adenauer, otro hombre de Estado, pero sobre todo, otro hombre con altura de miras. La Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA) nació finalmente en 1951 formada por Francia, Alemania e Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.
Había nacido el embrión de la Unión Europea tal y como hoy la conocemos. En 1952 se crea la Comunidad Económica de la Defensa y en 1957 se firma el Tratado de Roma por el que se constituye la Comunidad Económica Europea. Posteriormente, en 1992 se pone en marcha el tratado de Maastricht por el que nace la Comunidad Europea.
Desde entonces los logros han sido indiscutibles. Primero el libre tránsito de bienes y servicios. Después, la libertad de circulación de sus ciudadanos, el denominado espacio Schengen. Por último, la moneda única, el último gran logro de aquellos soñadores de Schuman, Adenauer y De Gasperi.
Y junto a las luces, las sombras: la excesiva burocratización, el ánimo intervencionista, el sobrepeso presupuestario de los traductores, la ausencia de controles en el presupuesto del Parlamento, las corruptelas y las inercias nacionales. Junto a la euroeuforia, el euroescepticismo. Frente a quienes quieren avanzar en el proceso de integración, los que temen la pérdida de la soberanía de los estados.
Además, los retos son también muchos. En primer lugar, la integración de las 10 nuevas naciones incorporadas el pasado 1 de mayo de 2004. Y a partir de ahí, el Gobierno de una comunidad pensada para 12 miembros que ahora cuenta con 27. El proceso de deliberación, consenso y toma de decisiones se hace tedioso y hasta imposible si se mantiene la posibilidad del veto nacional.
Tras el rechazo francés y holandés al proyecto de Constitución aquellos que apostaron por una mayor integración quedan desfondados. La Unión queda en un impasse institucional hasta el Tratado de Lisboa. Un proyecto menos ambicioso que la non nata Constitución Europea, pero que permitiría seguir avanzando en políticas comunes de seguridad, inmigración y energía.
El escollo ahora se encuentra en Irlanda, que ratificará la propuesta mediante referéndum. ¿Qué pasaría si el próximo 12 de junio los irlandeses deciden rechazar el Tratado de Lisboa? Las encuestan dan un resultado muy justo, a pesar de que -como señala Méndez de Vigo- Irlanda es uno de los países que más se beneficiado de la UE. Por otra parte, la reciente dimisión del primer ministro irlandés, Berti Ahern, allana el camino: el referéndum ya no estará contaminado de cuestiones internas. Pero en todo caso, si hubiera un no irlandés, probablemente el Tratado de Lisboa seguiría adelante sin Irlanda ofreciendo la posibilidad de incorporarse más tarde. Irlanda no es Francia.