Si al presidente de Indra, Javier Monzón, le llaman "El Señor de los Anillos", por sus cuatro matrimonios no sé yo cómo habría que llamar al presidente de Volkswagen, Ferdinand Piëch, casado ocho veces y con 14 hijos.
Vive a caballo entre Salzburgo y Tenerife. Dice que hay dos razones para la obsesión anti española que siente Piëch: la primera, el caso Ignacio López de Arriortúa, Superlópez, a quien convirtió en su número dos y que, habrá que recordarlo en un país donde todo el mundo hace leña del árbol caído, sacó de la crisis a VW, una crisis que podía haber llevado a la tumba. De cualquier forma, Piëch expulsó a Súper-López para evitarse una batalla jurídica con General Motors.
Lo más grave vino después: el casón que se hizo construir en la isla de Tenerife. Otros millonarios alemanes son más precavidos, y cuando quieren edificarse su residencia en España compran también los terrenos de alrededor. Por ahorrarse unos cuantos marcos, don Ferdinand se negó a adquirir los terrenos colindantes y alguien le construyó un pequeño edificio de pisos, innumerables pisos, justo delante. Una vergüenza.
Como bien comprenderán, éstas son razones de peso más que suficientes para cerrar la SEAT, 14.500 empleos, y para ni tan siquiera escuchar ofertas de quien pudiera comprarla y mantener los puestos de trabajo. Como los gobiernos de Madrid y Berlín se llevan a matar no hay comunicación y lo más probable es que en Moncloa no se hayan enterado de lo que Piëch comenta con sus allegados: quiere cerrar SEAT en dos meses e incluso, asegura, lo hace porque ha descubierto corrupción en los departamentos de publicidad y de compras.
Lo dice VW; la multinacional que fletan a aviones con líderes sindicales para darles una vuelta por Brasil, para, por ejemplo, visitar ‘plantas de lenocinio'.
Es igual, tras la sentencia Volkswagen, que asegura a la familia Piëch, a través de Porsche, el control de VW, Piëch está lanzado. Es una muestra más del ‘mal alemán', que amenaza con ser peor que el ‘mal francés', y que se ha recrudecido tras los intentos de ZP de cerrarle el paso a E.ON en Endesa, intentos, como se sabe, coronados con el más rotundo éxito: para evitar la entrada del privado alemán hemos dado Endesa al público italiano. Como decimos en Asturias: ¡ZP ye un monstruo, oh!
Y así, por ejemplo, otra multinacional germana, Siemens, acaba de cerrar su factoría de Zaragoza, y puede dejar en la calle 3.000 empleos. Siemens adquirió la fábrica a Amper, no porque le interesaran sus productos sino para quitarle un problema a Telefónica, uno de sus principales clientes en España. Ahora seguirá siendo el cliente de Telefónica pero sin pagar 3.000 nóminas.
Y más: Siemens es el principal proveedor de la Sanidad pública española y de la alta velocidad. A cambio, está empeñado ahora en echar a Eduardo Montes, el único español en la cúpula de la multinacional germana de bienes de equipo que tantos beneficios ha obtenido en España, a pesar de haber sido condenad en el caso Ave por sobornos a los gobiernos de Felipe González.
Guinda de la tarta: E.ON, una empresa a la que ninguna española puede comprar, por la protección que el Gobierno alemán mantiene sobre su actividad gasera, está dispuesta a hacerse con Iberdrola, o al menos estudia una OPA sobre el único campeón nacional que nos queda.
Pero el Ejecutivo español no puede salir en defensa de sus empresas debido a su marcado ideario liberal. O quizás, porque no se enteran de por dónde corren los vientos. Pero si estuviera bien informado, tampoco habría de qué preocuparse. Recuerden que, cuando la batalla de Endesa, el Ejecutivo se volcó en anular a Pizarro, un señor de Teruel (que tampoco se comportó de forma muy patriota, claro está, al grito de antes un alemán que un catalán), y en beneficiar la opción catalana, no por convicción, sino porque era "de los nuestros".
Y es que está muy claro: la España cainita tiene lo que se merece. Ni más ni menos. Somos un país en disolución.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com