Es lo que ha dicho el brasileño Lula da Silva sobre Fidel Castro: el mito continúa. Reconozco mi pecado: fui de los que también confío en el izquierdista Lula (Emilio Botín y yo somos así de ingenuos). Pensé que Lula luchaba contra la pobreza por amor al pobre, no por envidia del rico, por compasión al débil, no para sustituir al fuerte, pero alego en mi defensa que hace tiempo dejé de pensarlo.

Años atrás visité La Habana. Todavía recuerdo las colas de helados para turistas -breve- y para indígenas -enorme-. También recuerdo cómo se desayunaba en el hotel para extranjeros: salía de comer huevos con bacon, zumo de naranja, bollería y café, y encontraba, a la vuelta de la esquina, una furgoneta vetusta que descargaba aún más vetustas naranjas en el suelo de la calle, mientras una cola, más larga que la de los helados, negociaba un buen precio para aquel género que en los mercados de abastos españoles sólo se deja para los cerdos. Recuerdo también estar comiendo en un ‘paladar' y, desde la calle, un hombre mayor me pide alguna comida del plato. Un poco de pan "con algo encima". Recuerdo a los basureros que, a escondidas de los jefes, te pedían un dólar a cambio de la ‘hebra central' que, según ellos, es un perfume de primera. O a aquella mujer con surcos de resignación en el rostro no, no era Fernández de la Vega, que no pedía limosna, sino "hierro" para su hija anémica. Y yo que no había llevado hierro a la Habana me sentí estúpido.

Y recuerdo a los empleados de hotel, que temían mucho más al gerente cubano que al español, porque éste trabajaba, aquel sólo vigilaba y era dueño de vidas y haciendas: si te aceptaba de camarero, tu familia iba a comer.

Eran los mismos empelados que dejaban entrar a pensionistas (3 dólares al mes en aquella época) para que te contaran su vida -relatos verdaderamente apasionantes- y que les diera... otra pensión como propina. Recuerdo la repugnante santería, superstición peligrosa, animada por el Régimen con tal de fastidiar a los católicos. Y esto no es baladí: es la inmoralidad de los barbudos revolucionarios lo que ha ahogado a Cuba en la miseria y en la desesperación: a la mujer le ha llevado al esclavismo de la prostitución, a los hombres por la estúpida vía del orgullo de la miseria, que tantos imbéciles se empeñan en seguir llamando dignidad revolucionaria, y que consiste en morir por el líder o en ser asesinado por el líder, por el mito Fidel.

Me encantan los cubanos. No se merecen la tiranía que soportan desde hace 49 años, aplaudida por la progresía española, por ejemplo por la cadena SER que ayer se cubrió de pringue con una descripción "neutral" de Castro, que es algo parecido a relatar una descripción "neutral" de Adolfo Hitler.

Son encantadores, los cubanos.

No es difícil que la democracia parlamentaria llegue a Cuba. Lo difícil es des-castrizar Cuba. Eso es tarea de un par de generaciones. Si no, observen la Rusia o la China actuales. Del marxismo no se sale con un nuevo régimen, sino con una nueva sociedad. Y eso lleva más tiempo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com