Todavía colea la Gala de los Premios Goya, y la polémica entre la Asociación Víctimas del Terrorismo (del terrorismo de ETA, naturalmente) y el director donostiarra Julio Medem, autor del documental La Pelota Vasca, una descripción aproximada de la situación en Vasconia. El mundo del cine se volcó con la libertad de expresión del cineasta, y la profesora Edurne Uriarte les ha dicho que lo que tienen los chicos del cine es un 'canguelo' tremendo a ETA. Para romper el hielo, Medem, el hombre de la libertad de expresión, tachó a las víctimas del terrorismo de "fascistas".
La gente de Bilbao dice que sus vecinos de San Sebastián viven en una ciudad "afrancesada". Lo cual, en boca de los anglófilos bilbaínos, significa, en pocas palabras, que los de 'Sanse' son tan sofisticados como poco de fiar. Unos niños pijos. Y también he escuchado a un crítico cinematográfico en la que definía a Medem como "un niño pijo de San Sebastián". Bien, esto es una infamia que, sin considerarme ninguna autoridad en la materia, debo negar de forma tajante: don Julio no tiene nada de niño pijo.
Ahora bien, lo que creo que mi amigo el crítico y la gente de Bilbao quiere decir es que Medem no puede vivir sin ser el centro de la fiesta. No subsistiría si no se convierte en el centro de atención del cotarro. Hasta ahora, para llamar la atención ha hecho casi todo lo que tenía que hacer: sexo, sexo subido de tono y explosión sexual. Pero el sexo, como creo hacer dicho antes, no da para mucho, y Julio necesitaba nuevas historias que le colocaran en el centro del círculo.
Y entonces se le ocurrió lo de llevar al cine el drama vasco. Con notable imparcialidad, naturalmente: cinco minutos para los judíos y cinco para las nazis. Dolor frente a dolor: el de la esposa del policía que había saltado por los aires frente al dolor del hijo de un etarra concebido en prisión (el hijo, no el etarra), pero del que, fallo de documentación, no se nos informa sobre el suceso que le llevó a estar entre rejas (al etarra, no a su niño). Quizás porque Julio es un esteta, y lo suyo consiste en reflejar el dolor, profundo dolor. Para un artista de ese calibre, el origen del dolor es una fruslería que no aportaría nada a la trama genial.
La verdad es que mi admirado Ansón (a Luis María Ansón le admiro lunes, miércoles y viernes; los martes, jueves y sábado me cabrea profundamente, y el domingo descanso) tiene toda la razón: nuestros artistas, estetas y creadores varios, viven del presupuesto público, dado que, no lo comenten por ahí, no se vayan a enterar los yankies, a los españoles no les gusta nada el cine español. El íbero está convencido de que los estadounidenses fueron puestos en el planeta Tierra con un doble objetivo: que nos divirtieran con sus películas y que pudiéramos insultarles con denuedo. Así que nuestros directores, actores y actrices se ven obligados a vivir de los impuestos del resto de los españoles que, dado que no respetan su libertad de expresión, lo menos que podemos hacer es financiar sus bodrios.
Dice Ansón que la culpable de todo esto es la ministra de Cultura de Aznar, Pilar del Castillo, siempre generosa a la hora de mostrar su muy liberal talante, especialmente si el tal talante se paga con dinero de los demás. En ningún otro parámetro como en el presupuesto cultural (ya saben que, en el foro público, cultura es igual a espectáculo, y si no es espectáculo, no es cultura) se deja ver los complejos ideológicos del centro-reformismo, tan solícito a la hora de pagar el sueldo de quien te insulta. Del Castillo, en un alarde de cinismo intelectual (no, cinismo intelectual no es una reiteración; lo que resulta tautológico es lo de intelectual cínico), afirma que lo que ella hace es mantener a los bufones. Pero, sinceramente, no sé si cuela.
Conviene recordar esto para no caer en la celada de la lucha por la libertad de expresión. Libertad de expresión para Medem, exige el limosnero mundo del cine (limosnero, sí, pero sin la humildad del pordiosero), pero no para los que osan criticar su parcialidad, su cobardía y, sobre todo, su inconmensurable vanidad afrancesada. Eso sería puro libertinaje.
Eulogio López