Hay que reconocer que Nicolás Sarkozy ha vencido a pesar de todo. Ha vencido derrotando a toda la izquierda, socialistas, comunistas y verdes, arracimados alrededor de Ségolène Royal. Ha vencido a un centro reformista acomplejado, como François Bayrou, que coqueteaba con Royal. Ha venido a la extrema derecha de Jean-Marie Le Pen. Y lo más importante, ha triunfado a pesar de las zancadillas que le han colocado en su propio partido, en primer lugar el presidente saliente Jacques Chirac, a quien tantas personas en el planeta desean una muy placentera jubilación, y luego al primer ministro, y competidor suyo, y destacado miembro del Club Bilderberg, Dominique de Villepin, el más destacado elemento de la ‘droite divine', que también existe, la misma que quiere unirnos a todos en una gloriosa globalización capitalista.
Y lo ha conseguido porque Sarkozy, ya lo he escrito, es un mal menor. Le falta el sustrato cristiano, que utiliza como un instrumento necesario pero en el que no cree. Pero no es un acomplejado, como el ocurre, por ejemplo, a Mariano Rajoy y José María Aznar. Cuando más le calificaba Royal de "brutal", más insistía él resalar la autoridad frente a los gamberros, el esfuerzo frente a los vagos y la moral frente al relativismo escolar. O sea, que en Francia sí cuentan con un político conservador –por conservador es por lo que no me gusta- que prefiere ponerse una vez colorado que 25 amarillo, por lo que todo francés que sufra la inseguridad, el peso agobiante de unos impuestos injustos con el esfuerzo personal o la macedonia mental de la enseñanza francesa… vota por Sarkozy.
En España, ZP sólo ha perseguido un objetivo desde marzo de 2004: aislar al PP haciendo todo tipo de concesiones a comunistas y nacionalistas. La derecha ha respondido a esa estrategia con pánico, intentando ganarse a unos nacionalistas burgueses -CIU, principalmente- que respondían con dentelladas a sus sonrisas. Nicolás Sarkozy ha hecho justamente lo contrario: reafirmarse más en sus tesis, y ha triunfado.
Enfrente tenemos a la Zapatera prodigiosa, un calco del ZP español. Leía ayer al director de La Razón, José Alejandro Vara, que la candidata socialista termine sus mítines de la siguiente guisa: "Cojámonos de la mano y amémonos". He de reconocer que este viejo corazón no puede resistir tamañas emociones. El lobo disfrazado de piel de cordero, de cordero cursi y hortera, ciertamente.
Pues bien, esta amadora universal es la misma que califica de brutal a su oponente y que, más que nada para no dimitir, como era su obligación, después de haberlo tenido todo a favor conduce la desastre a su partido y a su electorado. Pero, al igual que su modelo, ZP, ni se pone límite de permanencia en el poder ni piensa en pagar su fracaso con la dimisión. Algo muy propio de la izquierda progre –más progre que izquierda- europea.
Pero hay más: esa izquierda europea ha podido abandonar la justicia social, pero no el sectarismo. El progre –ZP o Royal- es sectario. ¿Qué significa eso? Pues significa que no respeta a nadie. Significa, en pocas palabras, que es incapaz de concebir que el contrario actúe con rectitud de intención. El contrario, por el hecho de serlo, es brutal, mentiroso, hipócrita, espurio.
Por esas dos razones, por sectarismo y para asegurar su continuidad como líder de la izquierda francesa, Royal ha vuelo a salir a la palestra para asegurar que "el viento de la libertad no se detendrá", como si Sarkozy fuera un enemigo de la libertad.
Sí, la izquierda-progre española se parece mucho a la izquierda-progre francesa-. También Aznar y Rajoy se parecen a Sarkozy, aunque con una diferencia: don Nicolás no es un acomplejado.
Eulogio López