Pues es muy sencillo: Fujimori era un hombre bien visto por el Nuevo Orden Mundial (NOM), un tipo que quería modernizar a los indios que los malvados hispanos habían dejado en la miseria. Un tipo simpático y formalmente un demócrata de tomo y lomo que venció en unas elecciones libres al mismísimo Vargas Llosa.
¿Y por qué era un hombre grato al NOM? Pues porque uno de los primeros mandamientos del Nuevo Orden consiste en reducir la pobreza por el científico procedimiento de reducir el número de hambrientos. Fujimori fue el primero en, no sólo admitir, sino colaborar con entusiasmo en uno de los planes más machistas -impulsado por el lobby feminista de la ONU naturalmente- que se le haya ocurrido a Naciones Unidas: Esterilización de mujeres pobres a cambio de ayuda humanitaria y de respaldo en los foros internacionales. Más de 200.000 peruanas fueron esterilizadas, con lo que pasaron de conejas procreadoras de pobres a elementos útiles y productivos para la sociedad, que podían dedicar todo su tiempo a engrosar el producto interior bruto, o sea, a lo que deben dedicarse las personas decentes.
En definitiva, Fujimori era "de los nuestros". Lo había demostrado con creces. Se trataba de mujeres pobres e ignorantes, claro está, la mitad presionadas y la otra mitad engañadas, porque es sabido que el derecho a tener hijos -o sea el único y verdadero derecho reproductivo- no se discute a las clases altas, sino sólo a los impecunes.
Luego cometió el error del asalto a la embajada japonesa. Para ser exactos, el error no consistió en arremeter contra aquellos terroristas cobardes atrincherados detrás de rehenes inocentes, sino en su paseo triunfal, ante las cámaras de TV, por aquella escalinata interminable, saltando por encima de los cadáveres de los enemigos muertos, como si se tratara de sus trofeos de caza.
El NOM no perdona esos detalles faltos de estética. El NOM permite cualquier brutalidad, por ejemplo las esterilizaciones masivas de seres humanos… con tal de que no se vea.
Ahí, Fujimori cavó su tumba. Ya no era útil a la causa.
Eulogio López
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