Me preocupa la evolución reaccionaria de ZP.
Pero no. El presidente se ha aburrido de la política española. Se le queda pequeña y, mayormente, le dan tortas por todos lados, así que ha decidido convertirse en un estadista mundial. Para recuperar la sonrisa se ha ido a Seúl, a la sesión de ese Gobierno del mundo mundial que es el G-20. Bueno, él está convencido de ello y hay que respetar las ilusiones de cada cual.
Y Zapatero traía un mensaje para uso interno: según él, con una economía sostenible, una energía verde, la ecoindustria -un hallazgo presidencial- y una construcción medioambientalmente (observen la cantidad de emes que alberga el palabro) sostenible, podemos crear un millón de empleos en 10 años.
Enfrente, el presidente de Acciona, José Manuel Entrecanales, asiduo de La Moncloa, sonreía, beatífico. No es para menos: mientras ZP continúe embriagado de política no existe el menor temor de que el bendito chorro de subvenciones que manan del Ministerio de Industria hacia las renovables dejen de llenar la faltriquera de Acciona.
Porque ésta es la cuestión: Zapatero entiende por empleo subvencionado. El pequeño detalle de que dichos empleos se creen con cargo a los impuestos que pagan quienes tienen un empleo productivo no importa a ZP. Para mí que el bueno de Zeta confunde economía sostenible con economía subvencionada. El lío es fácil porque ambos términos -sostenibilidad y subvención- comienzan por la misma letra, que es lo que ocurre con moderación y mediocridad.
A muchos miles de kilómetros de distancia, en Londres, el Gobierno Cameron anunciaba una reducción de los subsidios por desempleo pero, sobre todo, una medida muy simple: quien rechace tres ofertas de trabajo dejará de cobrar el subsidio. Una medida tan lógica que parece quedarse corta, dictada bajo un buen argumento: hay que evitar que la gente prefiera no trabajar a trabajar. Casi una tautología. Es cierto que la medida no es traspasable a España por la sencilla razón de que el salario medio británico casi duplica al español, pero resulta significativo.
Luego llegó Merkel, que ni se preocupa de buscar a un intérprete para dialogar con Zapatero. ¡Estos alemanes! La teutona no acepta que nadie le pase la mano por el lomo, clave de la diplomacia obamesca. Para entrar en calor, la prusiana aseguró que la política económica estadounidense no tiene rumbo. Y esto es una falsedad: claro que tiene rumbo y dirección precisos: se trata de darle a la máquina de hacer billetes y hacer ricos en dinero, que no en productos, a todos los estadounidenses. El problema ya no es la inflación, sino la exuberante liquidez consiguiente, para lograr perpetuar la crisis de especulación financiera de 2007. Y todavía dice que la Banca navega sin rumbo. Muy al contrario, canciller -o cancillera-: la economía norteamericana es como el esquife de Espronceda: navega velero mío sin temor hacia el abismo.
Donde patina un tanto doña Angela es en esa obsesión por salvar a Irlanda. O a lo mejor no patina nada y es que pretende salvar a los inversores alemanes empantanados en la deuda irlandesa.
Porque la única solución para que los gobernantes dejen de emitir deuda, la única solución para resolver el problema de la deuda irlandesa no es ayudar a que se siga vendiendo sino evitar que se venda. Anular emisiones de deuda, dejar que la deuda quiebre y, si fuera el caso, solucionarlo a la argentina, a lo Kirchner: ¿Dicen ustedes que la deuda argentina no vale nada? Pues se la compro por nada.
La única forma de solucionar el problema de la deuda excesiva es dejar que la deuda quiebre. De esta forma se conseguirán dos cosas: que los recursos disponibles se empleen en la economía real y que los irlandeses echen a puntapiés del Gobierno a quienes han creado el problema emitiendo deuda con la alegría de quien endeuda a los demás.
Luego está el amigo chino que compite en el mercado global no con energías renovables, sino pagando salarios de miseria a su población. Así cualquier compite. Pero nadie en el G-20, o yo no lo he oído pedir a China que, en lugar de revaluar el yuan, lo que tiene que hacer es elevar los salarios de los chinos.
Por fin, las teles repararon en los antisistema, en los vocingleros de fuera que reclamaban -¡una locura según los altos dignatarios de dentro-! que no se salvaran más bancos con dinero público. Uno de ellos, afirmó, en inequívoca referencia al mundo anglosajón, inventor de la burbuja financiera, lo siguiente: estos países han creado la crisis y ahora pretenden resolverla.
O sea, que los antisistemas piden más salarios en el Tercer Mundo, que se deje quebrar a los bancos y que dediquen los recursos disponibles a la economía real y no a subvencionar a las grandes empresas (de economía sostenible, eso sí).
Está decidido: yo también soy antisistema. La próxima cumbre del G-20 me verán con una pancarta donde se podrán leer los siguientes mensajes:
1. Que los bancos quiebren.
2. Que la deuda irlandesa quiebre.
3. No a las subvenciones.
4. Salarios dignos para todos, también para competir en condiciones de igualdad.
5. Patrón-oro frente a la máquina de hacer billetes.
6. Más impuestos contra la especulación financiera.
7. Menos impuestos contra el trabajo y la empresa.
8. No quiere energía verde, quiero energía barata.
Y a lo mejor, a tan novedoso modelo económico le llamamos liberalismo. De hecho, los de fuera me parecieron más liberales que lo de dentro.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com