El objetivo podría resumirse en dos viejos principios: las deudas se pagan y la propiedad privada no puede ser fiduciaria. Además, se buscan impuestos contra la especulación. Por el momento, los líderes dan palos de ciego pero al menos los asuntos tratados ahora son los adecuados. Mientras, Zapatero  camina en dirección opuesta

Los ministros de Economía de los presuntamente 20 países más poderosos del mundo se encuentran reunidos en Busan (corea del Sur, que también son ganas) y la reunión ha servido para aclarar conceptos, dado que no políticas. Todo apunta a que los responsables de las grandes economías se apuntan a la ola de crear un nuevo capitalismo, una revolución que parece impuesta desde abajo, no desde el poder, tras la crisis de 2007, la más pavorosa que se recuerda, y que no revela fallos en el sistema sino el final de un sistema.

Los dos nuevos mandamientos en los que parece basarse la nueva ideología, el nuevo capitalismo son dos: las deudas hay que pagarlas (lo cual ya fue distado hace más de 3.000 años por un tal Moisés e integrado en el séptimo mandamiento de la ley de Dios) y la propiedad privada, derecho fundamental del hombre no puede ser fiduciaria. Sólo se puede considera propiedad privada la de aquel que disfruta y controla dicha propiedad. Recordemos que todo el ahorro de los mercados financieros es una propiedad fiduciaria, en la que unos pocos gestores especulan con el dinero de muchos millones de personas, y a veces, incluso, les hacen ganar dinero. Pero esa no es la cuestión.

Empezando por este segundo mandamiento, los ministros de Economía, sobre todo de los países emergentes, consideran que la única manera de detener la especulación financiera que provocó la crisis consiste en grabar con impuestos los productos financieros más especulativos. A eso se oponen Estados Unidos y las potencias de la Unión Europea por la sencilla razón de que lo único que le queda a Occidente de su antiguo poderío es precisamente eso: el control que aún poseen del ahorro mundial, de las bolsas y los mercados financieros. Pero está claro que el  espíritu de la Tasa Tobin se acaba imponiendo.

La primera idea, la de que las deudas hay que pagarlas, y no subsumirlas en inflación, es aún más importante. Banqueros sin escrúpulos provocaron la crisis de Wall Street en 2007 y hubo que pagar las deudas que dejaron con dinero público bajo el principio, imperante desde finales de la II Guerra Mundial, de que un banco no puede quebrar.

Ahora, en Europa, vivimos la segunda fase de la crisis. Ya no quiebran bancos: quiebran Estados, porque no se paga la deuda soberana. Y en plena Europa, dentro de Eurolandia. Todo parece tambalearse, porque ahora no son banqueros sin escrúpulos quienes especulan en los mercados financieros sino políticos sin escrúpulos. Mucho más peligroso, porque no chantajean a millones de ahorradores sino a decenas de millones de ciudadanos, a toda la población, con no pagar las pensiones, por ejemplo. Pues bien, tanto a los bancos como a los Estados hay que dejarlos quebrar. Las ayudas a Grecia deben hacerse según la historia de la Unión Europea, por trasferencia de fondos, no comprando deuda griega, que es la causa del problema. Y si la deuda griega quiebra, que quiebre. Así el futuro Gobierno de Atenas aprenderá el precio de la especulación.

Por el contrario, hemos apoyado a Grecia y a lo peor tenemos que hacer lo mismo con Honduras: una ristra que no tendrá fin. 

En resumen, hasta los más recalcitrantes capitalistas se han dado cuenta de que hay que refundar el sistema bajo dos ideas tan justas como ésa: si un Estado, o un banco, quiebra, hay que dejarle quebrar. La solidaridad no debe empelarse con las firmas sino con los particulares, con sus clientes depositantes. Y si un Estado quiebra hay que dejarle quebrar. Hay que ayudar a sus ciudadanos con trasferencias de fondos, no con ayudas financiera para que pueda seguir endeudándose. Nunca más salvar un banco ni salvar la deuda de un país.

De todo esto se habló en Corea, de forma poco nítida, hay que decirlo, dentro de la bruma que precede a todo cambio de ciclo, justo cuando Hungría declaraba que el último aldabonazo no había sido Grecia ni sería España o Portugal: ¡Sorpresa, sorpresa!

Por otra parte, hay que detener la especulación financiera que ha dinamitado la economía real e incluso el esfuerzo personal de la economía real que trabaja para el bien común. Y, al parecer, la única manera de pararle los pies al especulador sea público o privado- consiste en tocarle su punto más sensible: la faltriquera.

Y a todo esto, ¿hacia dónde camina España? Pues justo en sentido opuesto al doble mandamiento del nuevo capitalismo. España comete el mismo error que Estados Unidos, Inglaterra o Suiza pero con retraso: forzamos un innecesario plan de saneamiento de cajas de ahorros y cooperativas y estamos dispuestos a gastarnos 90.000 millones de euros entidades que no necesitaban saneamientos (y si no los necesitaban es igual, que quiebren) el séxtuplo que el temido plan de ajuste de reducir salarios a los funcionarios y congelar pensiones (15.000 millones de euros).

Y encima para violentarse el segundo mandamiento del nuevo capitalismo, dado que en lugar de atajar la propiedad fiduciaria la aumentamos, con un empleo estúpido en crear bancos y cajas de ahorros más grandes, cuando lo que se necesita es precisamente lo contrario: que sean más pequeñas. Porque cuanto más grandes, más especuladoras.

Por ejemplo, el sábado se certificaba la fusión ente Caja Duero y Caja España, algo que hace bueno el viejo aforismo bancario: fusiona un banco malo con otro malo y tendrás tres problemas.   

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com