"Marea de libertad en Madrid". Así titulaba El País la marejada homosexual que asaltó Madrid procedente de todo el mundo, atraída por una legislación tan avanzada como la del Gaymonio zapateril. Me encanta el titular porque eso demuestra que a los progres se les pueden perdonar todas sus bestialidades, pero resulta más difícil, santificante, perdonar su cursilería.

Sobre el Día del Orgullo Gay se ha escrito mucho y se han publicado muy pocas fotos y se han emitido escasa imágenes de televisión. La razón es simple. Los hay que pueden tener la conciencia pervertida peor no desean un estómago revuelto. Cuando uno contempla el espectáculo de tan egregio desfile, los biotipos allí presentes, no puede menos de pensar que eso de los derechos de los gays está muy bien, siempre que se escenifiquen lo más lejos posible de uno. Lo mejor es defender sus derechos sin mirar sus indumentarias, sus gestos, sus actitudes y sus palabras. Cómo resultarán de ridículos que hasta algunos homosexuales se avergüenzan del famoso desfile.

Tampoco es casualidad que El País haya entrado en la era mariquita (perdonen, pero no se me ocurre otro adjetivo mejor) justo en el momento en que el lobby rosa ha tomado posesión del diario. Ni lo es que El Mundo, el diario progresista de derechas, conjugue en un mismo editorial (el del domingo 1) el concepto de derechos de los homosexuales –derechos que, para Pedro José son sacrosantos) con el de demagogia, más que nada para salvar la cara progre sin que te sacuda la natural repugnancia ante el espectáculo.

Los medios, incluido el ABC, se han apuntado al equívoco, único refugio para justificar el mariachi madrileño del fin de semana. El concepto más leído y escuchado era el de "los derechos de los homosexuales", frente a la homofobia de - no se lo van a creer- los hermanos Kaczynski. El equívoco es tan tonto que cuela siempre. Porque claro, Nadie discute los derechos de los homosexuales, personas dignas de todo respeto como todo el mundo. Lo que se discute son los derechos de la homosexualidad, que es ninguno, dado su condición parasitaria de lo hetero. A Immanuel Kant y su imperativo categórico remito: si todos fuéramos homosexuales, la raza humana desaparecería de la faz de la tierra. Los homos son homos porque sus padres fueron heteros.

Por lo demás, confundir los derechos de los homosexuales con la orgullosa promoción de la homosexualidad es la propaganda más tonta –aunque, insisto, efectiva- de la progres de El País, El Mundo o ABC: nadie está contra los homosexuales, pero sí contra la homosexualidad, de la misma forma en que nadie está contra los pobres, pero sí contra la pobreza, o nadie está contra los sidóticos, pero sí contra el SIDA.

¿Y qué decir de los políticos? Divertido el sainete. La ministra de Cultura, Carmen Calvo, se plantó en el desfile (¿por qué no fueron ZP y De la Vega, los fautores principales del gaymonio y el divorcio express?) pese a haber otorgado sólo 60.000 euros, cuando el alcalde de Madrid, Don Alberto Ruiz Gallardón, del Partido Popular, no asistió a pesar de haber aportado 100.000 euros ajenos. Mayor óbolo el municipal que el ministerial y, a pesar de ello, sin rédito fotográfico ¡qué injusticia!

Y la que más aportó al formidable espectáculo monflorito de Madrid ha sido doña Esperanza Aguirre. Ya se sabe que para muchos cristianos, unos llevan la fama y otros cardan la lana. Con su aspecto de no haber roto un plato en su vida, doña Esperanza resulta mucho más letal para una serie de principios, como la vida y la familia, que el alcalde Gallardón.

Los cacorros no vociferaban contra el PP. Bueno, sólo un poquito. Vociferaban contra la Iglesia con su alegre forma blasfema de siempre, con su jovial mala leche de costumbre. Y es que nos cuesta enterarnos de la de siempre: el mundo ya no se divide ni en izquierda ni derechas, ni en conservadores y progresistas, ni entre conservadores y liberales, ni entre capitalistas y socialistas. El mundo se divide entre los que creemos en algo y los que no creen en nada, es decir el mundo se divide entre cristianos y relativistas. Por eso los sarasas odian a la Iglesia y arremeten contra ella: son la prueba viviente y omnipresente de su propia desesperación.

No es broma, entre los insultos que los ‘homo' dedican a Hispanidad el más abundante (además del de "subnormal", que a estos chicos parece afectarles mucho la minusvalías psíquica) es algo parecido a esto: "¡Ojalá te salga un hijo gay!", algo que siempre me llama la atención, porque, ¿no quedamos en que ser gay es muy estupendo? Si es tan estupendo, ¿por qué me lo desean como una malaventura? A ver si va a resultar que todo la movida del orgullo gay no es más que la espuma falsa detrás de la que ocultar la propia amargura, la desesperación a la que siempre lleva lo antinatural y lo inmoral (que, por otra parte, no deja de ser una reiteración).

Eulogio López