Me encanta la orientación que el ABC, periódico de Vocento al que algunos ingenuos todavía consideran cristiano, adopta sobre la información religiosa. Parece mentira, unos empresarios con tanta experiencia y lo que les cuesta hacer bien las cuentas. El periodismo es el único género literario o ensayístico donde la conclusión viene al principio, en el titular. A saber: La Iglesia ha recibido 2.000 millones de euros desde la implantación del IRPF. ¿Impactante, eh? También podríamos decir: Desde el comienzo de la guerra en el mundo, murieron de fuerza violenta en enfrentamientos bélicos 5.000 millones de personas. O mejor: Los médicos y enfermeras han recibido tropecientos mil millones de euros y algunos billoncejos de dólares por curar a la gente desde que se inventó el Sistema Nacional de Salud, eso sin contar lo recibido por las clínicas privadas para que curen a enfermos enviados desde la Seguridad Social o desde las mutuas. En cualquier caso, el mensaje del ABC está claro: los curas son un pozo sin fondo, oiga usted, una especie de tío lejano y gorrón que hace realidad el viejo refrán de que el visitante y la pesca a los tres días apestan.
Pero no lo olviden, estamos hablando de periodismo serio, es decir, el políticamente correcto, el que nunca molesta al poderoso. La Iglesia no es ningún poderoso, así que don Jesús Bastante, autor de la crónica, nos desglosa la cifras de 2.000 millones de euros, que tiene tanto impacto. Sólo que el desglose, naturalmente, viene en el interior del artículo. De entrada, resulta que esos 2.000 millones de euros han sido recibidos por la Iglesia desde que se implantó el llamado impuesto religioso, en 1987. Pero no sólo eso, de esos 2.000 millones, resulta que 1.419,5 millones, un 71%, no se los ha concedido donosamente el Gobierno de turno, sino que le ha sido otorgado por los propios ciudadanos porque les ha venido en gana.
Además, como ya he dicho en otras ocasiones, el llamado impuesto religioso constituye en el sistema fiscal español la única, y mínima, parte de los impuestos que paga el ciudadano y sobre cuya finalidad tiene la libertad de decidir. No debería haber un impuesto religioso del 0,5%, sino muchos más gravámenes con otros objetivos en los que el ciudadano pudiera elegir el objetivo al que van a destinarse. Porque ese es un sistema al que llaman democracia y que, supongo, algún se desarrollará en algún lugar del planeta.
Pero es que, además, del resto del dinero, los 580 millones de euros, una media de 34 millones de euros por año (cualquier reconversión industrial, por mínima que sea, multiplica esas cifras por varios enteros) se la otorga el Gobierno como parte de la deuda histórica por amortizaciones y expoliaciones varias y, sobre todo, como reconocimiento a la labor humanitaria y artística que realiza la Iglesia.
Es como cuando los socialistas, especialmente el mariachi comecuras que anida en el Ministerio de Justicia, bajo la dirección del ínclito Juan Fernando López Aguilar, a quien Santa Lucía conserve la vista, introducen en las cuentas de lo que se llevan los curas el gasto en centros concertados de educación católicos. La verdad es que los católicos perdonaríamos todo ese dinero con tal de que se instaurara el cheque o bono escolar y el dinero fuera a parar a los padres para que decidieran qué tipo de centro quieren para sus hijos. Naturalmente, el Gobierno Zapatero se cuidará muy mucho de retirar ese dinero a los centros católicos, entre otras cosas porque está convencido de que el cheque escolar supondría que los colegios públicos se quedarían vacíos: en este país de anticlericales furiosos, todo el mundo quiere llevar a su hijo a un colegio de curas. España es diferente.
Todo esto viene a cuento de la iniciativa del diputado socialista Álvaro Cuesta (otro al que algún cura debió dar un cachete de pequeño y todavía no lo ha perdonado), quien propone el sistema alemán de financiación a la Iglesia: un impuesto religioso (este sí que es impuesto) que se abona según la Iglesia con la que se identifica cada cual. No se preocupen, si hay católicos que no se identifican con su Iglesia para ahorrarse unos euros, es que su compañía no merece la pena en esta batalla.
Ahora bien, el sistema alemán no me hace mucha ilusión. ¿Por qué introducir al Estado como mero recaudador de las Iglesias? Para eso, me quedo con el sistema español, donde el contribuyente elige libremente a dónde va al menos una mínimísima parte de sus impuestos. Insisto, fiado en la idea que expuso en su día Alex Rosal (mejor la Iglesia pobre, pero libre), en el diario La Razón, de que el Estado suprima toda aportación a la Iglesia Católica. Con su pan se lo coma. Sería una medida muy injusta, e incluso el Estado tendría que paliar la fortísima labor asistencial de la Iglesia, que, seguramente, se vendría abajo, al menos en parte (pensemos, por ejemplo, en la labor de Cáritas). Es lo mismo: lo mejor sería que los católicos financiáramos a la Iglesia y los pastores tuvieran libertad para criticar las bestialidades del Gobierno sin estar coartados por las subvenciones que reciben, por ejemplo, los colegios concertados.
El ejemplo de la enseñanza es el mejor: mejor el cheque escolar -donde el derecho a la educación es sufragado por el Estado, pero la libertad de elegir centro la escogen los padres- que la defensa de una enseñanza concertada, de la que el PSOE presume ser el financiador, mientras tiemblan ante la posibilidad de que se instale el cheque escolar y vean lo que piensa el pueblo de su enseñanza pública y laica (que, por cierto, resulta más cara para el erario público que la concertada). Lo digo porque cuando nuestro querido amigo López Aguilar o nuestro nunca bien loado Álvaro Cuesta hablan de lo que se lleva la Iglesia del Estado acostumbran a inflar las cifras más que el ABC: no sólo apuntan lo que el ciudadano dictamina que vaya a la Iglesia, sino incluso las aportaciones educativas, tal y como si fuera una generosa donación del Gobierno a cambio de nada.
Lo mismo ocurre con el patrimonio artístico de la Iglesia. Si el Estado quiere fomentar el turismo que pague a la Iglesia por el mantenimiento de iglesias, catedrales y monasterios de interés público. La evangelización ya la pagaremos los cristianos. De este modo, seremos libres también para poner al Gobierno como no digan dueñas.
Eulogio López