Nunca se debe dimitir porque corres el riesgo de que te que te acepten la dimisión. Pero aún peor es cuando dimites para no dificultar una investigación o para no mermar el prestigio de la institución que lideras, cuando dimites, en pocas palabras, en medio de un escándalo. Porque el razonamiento popular es el siguiente: si dimite, es que era culpable.  Esto es lo que ocurrió con el caso Gescartera y con la presidenta de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, Pilar Valiente. Y es que los periódicos salen todos los días mientras las sentencias judiciales tardan años -y nadie asegura que sean justas, sólo legales-. Vamos por partes. Fue Valiente quien llevó a los tribunales Gescartera. Fue Valiente contra los que se dirigieron las andanadas del PSOE, que la tenían atravesada porque, como inspectora de Hacienda, había intervenido en casos como los de Filesa y fue Valiente quien presentó la dimisión para salvar las responsabilidades políticas de sus sucesores. La cadena de dimisiones se acabó, y en el Gobierno Aznar muchos respiraron hondo. Mejor dicho, en cuanto empezó el proceso judicial como tal, Pilar Valiente ha sido exonerada de entrada y la única mención de la sentencia al organismo regulador se refiere a la incomprensión de que a una compañía como Gescartera se la permitiera convertirse en sociedad de valores. ¿Quién se lo permitió? Juan Fernández-Armesto, del muy progresista Despacho Uría y Menéndez (millonarios, a fuer de progresistas).  Ahora bien, ¿a quién le importa ahora la sentencia? Hace mucho tiempo que Pilar Valiente regresó a sus cuarteles de invierno. Por lo demás, la historia de Gescartera es muy sencilla. Gente que operaba con dinero de los demás y jugaba a la ruleta: el nuevo cliente aportaba el dinero necesario para el viejo mientras se distraía un parte para los gestores. Es la ventaja del dinero en el mundo actual, que es no dinero físico, sino apuntes virtuales. Y en la pantalla de un ordenador, pueden añadirse todos los ceros que se quieran. Y si estamos hablando de entidades financieras, es decir, las que funcionan con el dinero de los demás... Otra lección: Caixa y Caja Madrid han sido condenadas como responsables subsidiarios. En el caso de La Caixa, por emitir certificados que acreditaban que el dinero estaba en una sucursal de la entidad, prueba última utilizada por Camacho y los suyos. Caja Madrid, como depositaria última que actuó con las cuentas de sus clientes sin permiso expreso para ello. Dicho de otra forma: La Caixa está obligada a vigilar mejor a sus directores de sucursal y Caja Madrid a poner más cuidado en la cuestión clave del negocio financiero: si administras dinero ajeno debes tener muy en cuenta al propietario.    Eulogio López eulogio@hispanidad.com