Unas reglas, aceptadas por todos, de las que nadie puede salirse y que, naturalmente, consisten en las acostumbradas píldoras amargas: menos déficit público y una fiscalidad basada en arrearle fuerte al impuesto de la renta y al IVA -los que pagan a todos- y en reducir los impuestos sobre el beneficio empresarial y sobre el ahorro financiero (los que pagan los ricos).
Esto del Gobierno mundial más bien parece una tiranía mundial por la vía del oligopolio de los poderosos, que imponen sus normas a los pequeños (países pequeños, empresas pequeñas y familias, que siempre son pequeñas).
Y los instrumentos para lograr ese Gobierno mundial oligopolístico son muchos, no sólo el G-20. Ideológicamente es Naciones Unidas quien lleva la batuta, con el objetivo de crear el pensamiento único y la religión única. Destacan los lobbies que lo manejan -con dinero de los demás, como siempre en la ONU- en especial el lobby feminista -ideología de género- y el lobby gay. Pero en materia económica hay que tener muy en cuenta al Banco de Internacional de Pagos de Basilea (BIS), el mismo que forjó la crisis financiera y que, para solucionarla, no se le ocurre otra idea que crear menos bancos y menos mercados, ambos mucho más grandes que los anteriores. Su "tecnología" que nadie osa discutir, es exigir cada vez más capitalización a los bancos y fusionar mercados de valores. Con ello deslocaliza el crédito y consigue, no muchos bancos buenos y pequeños, sino pocos bancos enormes, generalmente malos, porque ya se sabe que cuando uno no se juega su dinero, sino el ajeno, no le importa arruinar al propietario con tal de mantenerse en el cargo.
Esto de la globalización huele muy mal.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com