El guión es de Angela Merkel (en la imagen), la canciller germana. Ha impuesto un modelo a Europa que se salda con premios o castigos. Arnaud Montebourg es uno de los enemigos de la "obsesión germana" con la austeridad. La sufría también en su propio país, desde que en abril, el primer ministro galo, Manuel Valls, empezó a tomarse en serio un recorte necesario de 50.000 millones de euros en el gasto público, compensado con rebajas fiscales para las familias y todo eso con un fin: que aumente el consumo y la economía se reactive. Francia está estancada, no crece.
Lo elogios de Merkel a Guindos no dejan lugar a dudas: "Comparto plenamente los criterios de Rajoy de que ha sido un excelente ministro de Economía en España en tiempos difíciles".
España crece, Francia se estanca e Italia está en recesión, le faltó decir a Merkel, algo que no cuadra para que Alemania levante el vuelo y exporte más (su PIB también retrocedió el 0,2% en el segundo trimestre). Lo que nunca reconocerá Merkel, sin embargo, es que los países del sur deben competir en igualdad de condiciones con los del norte y eso pasa por dos ajustes que corren en paralelo: el fiscal y el salarial. Si los impuestos en los países ricos (como Alemania) son los mismos que en los países menos ricos (España) para unos sueldos más bajos en el sur que en el norte, la cosa tampoco cuadra. En otras palabras, Alemania no puede exigir que todos apoyen su política económica, con esas desigualdades, para afrontar algo tan 'menudo' como sacar una familia adelante. Eso no es europeo ni es cristiano.
Mariano Tomás
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