Estamos todos muy felices por el hecho de que, en Alemania, la Socialdemocracia (SPD) y la Democracia Cristiana (CDU) hayan llegado a un acuerdo de grossen koalition, o gran coalición entre los dos grandes partidos. Los pequeños, como liberales, verdes o comunistas, se quedan fuera. En definitiva, es como si en España pactaran el PSOE y el PP, y ante hechos como el Estatut catalán o el Plan Ibarreche, o, por ejemplo, decidieran gobernar en coalición contra los nacionalistas y otros periféricos. Política de Estado le dicen, todos callamos, reverentes, un poco acongojados, ante tamaño concepto.
Ahora bien, cuando en campaña electoral, dos meses atrás, Gerard Schröder aullaba que las propuestas fiscales de Angela Merkel terminarían con el Estado del Bienestar alemán, los democristianos se daban cita para las colas del paro si el manirroto ensoberbecido Schröder continuaba en la Cancillería. Naturalmente, ambos tenían razón.
¿Ahora gobiernan juntos? ¿Cundo mentían: antes o ahora? ¿Cómo es posible hcer compatibles en un mismo gobierno -órgano colegiado, no lo olvidemos- posturas tan presuntamente distantes? ¿O es que no eran tan distantes? O, lo que es peor, ¿es que da igual una idea que otra, un principio que otro, un proyecto que otro, una ideología que otra?
Se abre paso, entre la llamada opinión publicada, es decir, entre los poderosos, la tecnocrática idea de que es igual la izquierda que la derecha, lo que importa es que gobiernen los mejores. Es la concepción del político como gestor, y la consideración de la eficiencia como el único valor político. Pero no hay ideología más castrante que la ausencia de la ideología, ni doctrina más peligrosa que la que carece de dogma, es decir, de principios. Si los principios de la CDU son intercambiables con los del SPD, es que la democracia alemana (o la española, o la británica, o la norteamericana) no son más que un gigantesco fraude, donde los controladores del Sistema simplemente colocan a unos títeres que interpretan un papel escrito en los camerinos por un tercero, los verdaderos poderosos.
Pero ya he repetido muchas veces que la teoría de la conspiración, con tener su porcentaje de validez, es mucho menos peligrosa que la teoría del consens la teoría de que es igual lo que se crea, lo importante es la eficiencia aún a costa de los principios. Y sobre este principio que no es más que pura tecnocracia, sí parece existir consenso. Sin embargo, no debemos olvidar que la tecnocracia es el peor enemigo de la democracia.
Es más, el pensamiento de que lo mismo da una ideología que otra, un partido que otro, lleva al elitismo, asimismo tecnocracia. Es lógico, si los políticos no son más que gestores habría que buscar cancilleres, presidentes y primeros ministros en los títulos de postgrado, políglotas y con buen currículum académico.
Aún más, este elitismo tecnocrático lleva como de la mano a otra conclusión: si lo que importa es la capacidad de gestión, es evidente que el voto de un fontanero no puede tener la misma validez que el voto de un catedrático, ni el de un impecune que el de un millonario, porque al profesor y al ricacho les ha costado mucho esfuerzo llegar a done están. Y en tercer lugar, las leyes no pueden ser lo mismos para el rico que para el pobre, para el listo que para el tont ricos y listos se merecen más, tienen más méritos y distintas necesidades. Es más, créanme que lo que escrito hasta aquí no es algo extraordinario o majader es un planteamiento calcado del documento fundacional (Kyoto 1979) de la Trilateral, uno de los centros de pensamiento del Nuevo Orden Mundial, documento que insistía, una y otra vez, en los límites de la democracia, en aras, cómo no, de la gobernabilidad global. Al final, el elitismo (y su compañero de fatigas, el secretismo, aunque pueden tratarse de secretos a voces) siempre nos aturde con el término estabilidad, al parecer el objetivo político y social más importante. Y ya lo saben, nada hay más estable que los cementerios.
Con la tecnocracia elitista, el principio de un hombre, un voto, así como el de la igualdad ante la ley, se van al garete. Para ser exactos, se van al garete la democracia y el Estado de Derecho.
Así que, a la postre, no acabo de comprender el porqué de esa especie de espuma emocional que nos sacude a todos con el grossen koalition. Para mí, que esto acaba, y eso en el mejor de los casos, en grossen chorradem.
Eulogio López