Con un poco de suerte el próximo viernes 9 podría perpetrarse uno de los mayores despropósitos del Zapaterismo (con el apoyo entusiasta del PP, que conste): el fin de las cajas de ahorros, sostén de las empresas estratégicas españolas. Ese día, la vicepresidenta del Gobierno, Elena Salgado, pretende sacar adelante el borrador de reforma de la Ley de Órganos Rectores de Cajas de Ahorros (1985), conocida como la LORCA.
Al final, todo coincide en que las cajas acaban convirtiéndose en bancos, en sociedades anónimas. Las alternativas que plantea la propia CECA al Gobierno ya dicen algo: se postula la conversión pura en bancos pero en bancos con obligación de dotar la Obra Benéfico Social, un modelo parecido al italiano, según el cual la caja más grande del mundo, CARIPLO se convirtió en Banco San Paolo-Intesa en dos años. Bancos con OBS, para entendernos.
Luego están los partidarios de introducir las cuotas corporativas, o acciones sin voto político. Una tontuna dado que si las cuotas, ya reguladas, no han triunfado es por carecer de derechos políticos.
Otros piensan que habría que darles el 50% de los derechos, la mitad que a las acciones: pura interinidad.
La propuesta más acertada de la CECA consiste en eliminar a los cargos electores de los órganos de Gobierno de las cajas de ahorros. Ahora bien, la propuesta está realizada de tal forma que todo parece indicar que las cajas deberán ser una acogida de políticos en ejercicio para convertirse en asilos de políticos retirados.
Con su prepotencia habitual la vicepresidenta Salgado no ha respondido. Pero eso no supone una forma de marcha atrás. Si acaso, hacia adelante. En cuanto cree que se dispone a recibir el aplauso del consenso, en lugar de quedar en ridículo, que es lo habitual, doña Elena aprieta el acelerador. Y para eliminar el modelo de cajas de ahorros cuenta con consenso.
Naturalmente, las cajas constituyen el soporte accionarial de las cajas de ahorros españolas.
Miriam Prat
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