La espoleta puede ser el Citi, antes el mejor banco del mundo, hoy al borde del troceo. Todos los gigantescos planes de salvamento, -es decir, utilización de dinero del contribuyente y de la máquina de hacer dinero para salvar a bancos e intermediarios en crisis- se han quedado cortos. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ya amenaza, o advierte, a la nueva Administración Obama: se precisará más dinero para salvar más bancos.
Por eso las bolsas castigan tanto a los bancos, y por eso los gobiernos plutocráticos intentan salvar a esos bancos a cualquier precio.
Y para ocultar de lo que se trata -una nacionalización encubierta- se buscan eufemismos de todo tipo, como lo de gestión pública de bancos, desliz freudiano del ex gobernador del Banco de España, hoy en el FMI, Jaime Caruana. El asunto tiene su enjundia: Caruana considera que para preservar la estabilidad financiera "es lógico cierto grado de intervención". El director de Mercados Monetarios del FMI prefiere no hablar de nacionalización, sino de "gestión de crisis", que suena mucho más fino. Eso sí, apela a que en los procesos en los que el sector público tome el control de las entidades financieras debería de tenerse en cuenta "las posibles distorsiones a la competencia" así como la "estrategia de salida". Por último, Caruana no cree que se haya producido un cambio de filosofía, no considera que los gobiernos tengan intención de tener presencia en los bancos, aunque la actual coyuntura les haya forzado a ello.
Lo mismo ocurre en Alemania, con las escandalosas pérdidas del Deutsche (3.900 millones de euros en 2008) y con la situación tirando a crítica de los británicos HSBC, RBS y Barclays.
Resiste Francia, aunque aquí no hace falta nacionalizar nada porque el sistema bancario galo es semipúblico. Italia, con una banca poco rentable pero aún en pié, y España, donde el BBVA muestra fortaleza y el problema el Santander no es la solvencia, aunque es doble: solucionar la pérdida de imagen por todo el dinero que ha hecho perder a través de su banca privada -especialmente Banif- a miles de clientes, además de evitar convertirse en una agencia de pisos.
En definitiva, el empeño de la plutocracia dominante, que ha entronizado el dogma de que los bancos no pueden quebrar, lleva a que el conjunto de la ciudadanía se haga cargo de sus agujeros. Eso sí, no hay que llamarle nacionalización, porque queda un poco incoherente.
Mientras, la Bolsa baja y los bancos avalados sostenidos con dinero públicico no ofrecen créditos ni a las familias ni a las pymes. La crisis, en verdad, es profunda. 2009, ya nadie lo duda, será mucho peor que 2008.