Sr. Director:

Algunos autores han visto el origen del sufragismo o feminismo primigenio en el ocio ilimitado que la revolución industrial aportó a las mujeres de la burguesía acomodada.
 
La misma Betty Friedan, apóstol mayor del feminismo, explica el renacimiento del women's lib en los años 60 como una respuesta al vacío indefinible o mística femenina que embargaba a las mujeres de las clases medias americanas, también por efecto del ocio forzoso. Así que, si damos por bueno el axioma "a más ocio, más feminismo" y juzgamos por los resultados, determinadas instituciones de la Comunidad de Madrid deben pasarse las horas muertas bostezando, esperando a que ocurra algo.

Al parecer, hace cuatro o cinco semanas, por fin ocurrió algo. Probablemente las cosas sucedieron así. Hacia el final de una mañana de interminable y mortífero aburrimiento, una jerarca de género y cuota que llevaba medio siglo con la mirada perdida en la banderita de la Comunidad plantada en medio de su impoluta mesa Zen, quizás preguntó:

- Buaohhh… ¿Por qué son siete?

Y tal vez otra funcionaria que en ese momento miraba el reloj por decimotercera vez en los cinco últimos minutos, respondió:

-¿Siete qué?

Casi con seguridad, tras una larga pausa y dos o tres bostezos más, volvió la voz de la jefa:

-Siete estrellas. Buaohhh... ¡Puto lunes! En la bandera. Buaohhh...

-¡Ah!, pues porque representan la Osa Mayor -es probable que contestase la subalterna, que, como es natural, estaba mejor informada de todo que su jefa-,  y por eso el oso y el madroño son el símbolo de la ciudad.

Ya advirtió Picasso que la inspiración existe, pero tiene que encontrarnos trabajando. En esta ocasión, la inspiración encontró a nuestra ejecutiva en su puesto de combate. La proximidad de las palabras osa y oso en la misma frase de la secretaria provocó una reacción en cadena en los circuitos neuronales de la jefa.  El brillantísimo resultado no se hizo esperar: ¡abajo el oso machista! ¡todas somos la osa! ¡viva la sororidad de osas y mujeres! ¡mamíferas del mundo entero, uníos!... ¡El símbolo de la ciudad será osa o no será!

Pues que sea osa y lo sea enhorabuena. Por nosotros que no quede: larga vida a la osa y al madroño; así las generaciones futuras tendrán un conocimiento más cabal de las inquietudes de nuestras actuales protoféminas. Que el heráldico plantígrado era de sexo femenino lo sabían desde siempre todos los interesados por la historia de la Villa y Corte, y así lo certificó, ya en el siglo XVI, López de Hoyos (citado por Santiago Amón en su sitio web):

"Tienen las armas de Madrid por orla siete estrellas en campo azul, por las que vemos junto al Norte, que llamamos en griego Bootes, y en nuestro castellano, por atajar cosas y fábulas, llaman el Carro, las cuales andan junto a la Ursa, y por ser las armas de Madrid osa, tomó las mismas estrellas que junto a la Ursa".

¿Por qué, entonces, no se llamó osa desde el principio? En primer lugar, porque los heraldos y reyes de armas medievales no sospechaban que toparían con las feministas a la vuelta de siete u ocho siglos. En segundo lugar, porque tendemos a llamar por su nombre genérico a las especies animales cuyos rasgos sexuales secundarios u otras diferencias relacionadas con el sexo son poco acusados. Así lo hacemos con los canguros, los delfines, los sapos... o los osos (en masculino), pero también con las ballenas, las tortugas o las ranas (en femenino). No solemos especificar entre tigres y tigresas, tan igualicos con su traje de mil rayas, pero sí entre leones y leonas, dadas sus notables diferencias morfológicas, y también entre toros y vacas, porque, aparte de su dimorfismo sexual, tienen muy diferente peligro.

Pues lo dicho, que pongan implantes mamarios a la estatua de la Puerta del Sol y le hagan la indispensable intervención de cambio de sexo, si se precisa, no vaya a quedarnos una osa con dos pelotas, y todos tan contentos. Es más, prometemos no reivindicar la masculinidad de la Dama de Elche ni pedir certificados de nacimiento de nuestras especies emblemáticas, ya que entendemos sin problema que "lince ibérico", "cabra de Gredos" o "águila imperial" son denominaciones que valen por igual para machos y hembras. Tampoco pediremos que se revise la entrañable mitología popular sobre cigüeñas, palomas mensajeras o golondrinas para que cigüeños, palomos y golondrinos gocen del mismo reconocimiento social que sus congéneres del sexo opuesto. Ni siquiera exigiremos que se feminice la expresión peyorativa "hacer el oso". Aunque lo del lobo feroz sí que pasa de castaño oscuro, alguna vez habrá sido también loba, ¿no?

Pero sobre todo, evitaremos hacer nuestro el enfermizo razonamiento que anima a las promotoras de la iniciativa de la osa, expresado en su comunicado de prensa: "le cambian el sexo (a la osa), y como en tantas ocasiones en la historia, se invisibiliza lo femenino". Al menos nos abstendremos de buscar explicaciones tan tortuosas mientras sigamos siendo inmunes a la peor de las patologías: la insoportable levedad del aburrimiento…

Javier Alvarez

albares@gmail.com