Cuatro jóvenes, de la secta Bestias de Satanás, se han confesado autores de la muerte de otros tres, amigos, por decir algo, pertenecientes al mismo grupo satánico. Los diablos gustan del protocolo y la liturgia, odian el desenfado propio del trato entre amigos, que consideran insufríblemente frívolo, y su comportamiento es tremendamente puritano: consideran que vicios como el tabaco o el alcohol resultan degradantes. Es cierto que, en ocasiones, los utilizan como medio para conseguir una cierta alienación mental, pero el tabaco no produce esos efectos (el humo puede provocar cáncer, pero no enajena) y el alcohol corre el riesgo de ser utilizado para favorecer cosas tan indecentes para Satán como la alegría. No, nuestros sectarios, los Bestias de Satanás, le daban a la droga, hachís primero, coca después para terminar con LSD, según la información de la policía italiana. Porque todo esto ocurría en la localidad de Varese, en la rica Lombardía, la región más moderna de Italia.

 

La verdad es que sabemos poco del caso. Es más, la policía considera que los jerifaltes de la secta han podido asesinar a siete personas, no a tres, durante los últimos años, sólo que se han enterado ahora. Se han enterado porque alguno de los detenidos no estaba totalmente endemoniado, y ha cantado. Ha confesado que en enero de 1998 (¿hace seis años y han seguido actuando como si nada ocurriera?) asesinaron a Chiara Marino, de 19 años. Al parecer, los jefes habían decidido que Chiara era la personificación de la Virgen María, y es sabido que si a alguien odia Satán es a la Corredentora. Es muy rencoroso, y no soporta que la mujer le pisara su cabeza, en versión serpiente.

 

Decíamos que la muchacha acudió al bosque convencida de que iba a participar en el ritual de misa negra (muy poco original, se lo aseguro) sin saber que era la víctima. Su compañero Fabio, tres años menor, debió salir en su defensa, por lo que fue ejecutado a cuchilladas y golpes por rebelde. Satán es como el PSOE o el PP: pluralismo todo lo que quieran, pero la unidad interna resulta imprescindible.

 

También ha parecido un tercer cadáver. Se trata de Mariangela Pezzota, al parecer asesinada por su novio y por un amigo de ambos. Nada extraño: Lucifer es bastante machista, y los cabecillas de la secta consideraban, siempre según las informaciones policiales, que las mujeres de tan selecto club eran de su propiedad. Más bien multipropiedad, porque el quinteto de mandamases podían utilizarlas sexualmente a conveniencia y cuando se cansaban de ellas, las utilizaban como víctimas propiciatorias, pues, al igual que ocurre con los científicos modernos, no conviene desperdiciar ningún tipo de material humano. Al menos otros cuatro asesinatos están siendo investigados. Cuatro asesinatos, ojo, para los que hasta el momento, la justicia no había encontrado explicación. Eran, sencillamente, casos no resueltos. Naturalmente los jefecillos, según las mismas fuentes policiales, pueden no ser sino el apéndice de una jefatura más adulta. La policía cree que esa jefatura, aún no localizada, responde al nombre del Anticristo. Porque la modestia es la marca de los débiles, y a Satán no le agrada la debilidad.

 

¿Cuál es la filosofía del grupo? En palabras del propio informe policial, "la demostración y afirmación de poder". Lo del poder sexual es lo de menos, lo de más es el poder en estado puro. De hecho, los cabecillas repetían la definición de poder de George Orwell en su obra "1984": poder es la capacidad de producir dolor. En este caso, la capacidad para decidir sobre la vida y la muerte del resto de miembros de la secta y de algunos simpatizantes ingenuos.

 

¿Cómo empezaron? Nada raro. Nada que no ocurra en cualquier lugar de España, especialmente en las grandes ciudades. Eran adolescentes interesados por el ocultismo. Lo de siempre: o crees en el espíritu o crees en el espiritismo, o crees en Dios o puedes creer en cualquier mamarrachada, en cualquier bestialidad. Con Dios, la neutralidad no existe. Sus padres nada sabían de sus andanzas, y después de asesinar a golpes y cuchilladas a los más débiles del pelotón volvieron a sus casas y siguieron presentando buenas notas colegiales o universitarias a sus orgullosos progenitores. Se reunían alrededor de su afición a la música y ampliaban sus contactos a través de determinadas páginas de Internet. ¿Qué les animaba? Un dogma muy sencillo y muy antiguo "Haz lo que quieras". La máxima libertad, al menos para el que pueda conseguirlo.

 

El gran problema del concepto libertad en el mundo moderno proviene de una confusión demasiado extendida, y es ésta: "Haz lo que quieras" no constituye la máxima expresión de la libertad, sino la máxima expresión del poder. Desde que el mundo es mundo, la libertad de uno choca con la de los demás. O amor o poder. Cristo eligió el amor, que es la fusión de desiguales. A Satán eso le parece una torpe incongruencia. Como recuerda Clive Lewis, para demonios y endemoniados, "ser" significa "ser compitiendo", la existencia misma es una batalla por la supervivencia, donde lo que yo gano es sólo porque otro lo ha perdido, y viceversa. No en vano, la ideología de la edad moderna, el resumen de dos guerras mundiales más el actual choque de civilizaciones. No ha sido más que darwinismo social. El pobre Darwin se quedó en el darwinismo biológico, una auténtica fruslería comparada con la aplicación del evolucionismo al conjunto de la raza humana.

 

Los adolescentes y jóvenes de Varese tenían que competir para que el vecino no le arrebatara su propia razón de existencia, de poder. El "Haz lo que quieras" es el comienzo de la demonización, y siempre que alguien lo ejerce puede firmar que Satán está detrás, se percate la víctima de ello o no, que eso, a la postre, no deja de resultar secundario. Son muchísimos más los endemoniados que los poseídos.

 

En cualquier caso, desde "el lamentable incidente de la manzana", el poder le resulta al hombre infinitamente más atractivo que la libertad. Ejerce sobre él un poder hipnótico, y los espíritus malignos lo saben. Por eso, Satán sólo tiene una idea: competir; y lo ejerce a través de un solo eslogan: Haz lo que quieras. La lección última del darwinismo social (una de cuyas consecuencias, por cierto, es la aceptación social del aborto) es muy simple: si Satán pudiera vencer la guerra, al final sólo existiría un ser: Satán. Pero no se preocupen: es un eterno fracasado. Temible, pero patético.   

 

Ahora bien, ¿puede la sociedad actual enfrentarse al poder creciente del demonio? No, claro que no puede. El poder del Infierno se encuentra, en estos momentos, a comienzos del siglo XXI, en su mejor momento: Satán actúa con feroz eficacia mientras el hombre continúa sin creer en él. El mundo interpreta sucesos como los de Italia como patologías psíquicas. Y en verdad lo son, pero no son malos porque estén locos, sino que han terminado locos por ser malos (otra confusión muy habitual y muy del gusto del Padre de la mentira).

 

La explicación psíquica de la actual imagen de Satán entre el cuerpo social es, y volvemos otra vez al gran especialista Clive Lewis, en el brujo materialista, el "hombre que no usa, sino meramente adora lo que vagamente llama ‘fuerzas', al tiempo que niega la existencia de espíritus". Y recomienda Lewis: "La fuerza vital, la adoración del sexo y algunos aspectos del psicoanálisis pueden resultar útiles en este sentido".

 

Las encuestas siempre afirman que son muchos más los que creen en Dios que los que creen en los demonios. Más difícil todavía: son más los que creen en los ángeles, o espíritus buenos, que en los demonios, o espíritus malignos. Pero, por una demoníaca expresión de lucidez, puede conseguir que alguien crea en el demonio y no crea en Dios. El brujo materialista es la marca del siglo XXI. Satán está feliz: puede aplicar el terrorismo directo en Lombardía, mientras la mayor parte del mundo civilizado mantiene su mente, cerrada con siete cerrojos, ante esas tontunas del espíritu cornudo con mallas rojos, tridente y cierto olor a azufre.

 

Sí, al final perderá, como siempre ha perdido. Pero, en el entretanto, puede costar muchas vidas y muchas almas.

 

Eulogio López