Algo que llama hoy la atención es el gran número de santos elevados a la gloria de los altares por Juan Pablo II, costumbre seguida por Benedicto XVI. ¿Por qué?
Quizá por eso de que el mundo está en crisis y "las crisis mundiales son crisis de santos, como apuntó uno de ellos. Algunos piensan que los santos son gente triste, y se equivocan. Leo con gusto una carta sobre el Hermano Rafael, San Rafael Arnáiz (1911-1938), uno de los santos más de moda, aquel joven estudiante con alma de artista, metido luego a fraile en una de las Órdenes religiosas más duras. Fallecido a la edad de 27 años en la Trapa de San Isidro de Dueñas, famosa también por el chocolate, destacó por su alegría incluso en la enfermedad. Dice la carta (www.enticonfio.org):
Está fuera de duda que el Hermano Rafael no había ingresado en la Trapa por el hecho de que no supiese disfrutar de las alegrías del mundo. Baste leer lo que el joven Rafael escribió al Padre Abad de la Trapa, cuando solicitó su ingreso:
... no me mueve para hacer este cambio de vida, ni tristezas, ni sufrimientos, ni desilusiones ni desengaños del mundo... Lo que éste me puede dar, lo tengo todo. Dios en su infinita bondad me ha regalado en la vida, mucho más de lo que merezco... Por tanto, mi Reverendo Padre, si me recibe en la Comunidad con sus hijos, tenga la seguridad de que recibe solamente un corazón muy alegre y con mucho amor a Dios.
Es decir, que frente a esas deformaciones que tienden a presentar la santidad como equivalente de rareza, el Hermano Rafael tiene muy claro que santidad es sinónimo de felicidad, además de ser condición necesaria para la verdadera alegría.
Cuando Santa Teresa escribió en el libro de sus Fundaciones la famosa frase, entre los pucheros anda el Señor, quiso darnos a entender que la santidad no consiste en los fenómenos místicos extraordinarios (visiones, locuciones, revelaciones, etc.).
La santidad no tiene otro secreto que la vivencia de la vida ordinaria en intensidad de amor.
Keka Lorenzo de Astorga