La fiesta de San Francisco de Asís es un momento muy adecuado para que todos cristianos o no creyentes pero hombres de buena fe, reflexionemos si nuestro corazón está lleno de amor al dinero y a todo lo que éste se hace conseguir.
San Francisco de Asís, es uno de los santos más queridos y admirados por todos, por su vida de desprendimiento y de pobreza absoluta. El señor lo llamó para que su vida pobre fuera un ejemplo en aquella sociedad que solo vivía para conseguir bienes materiales.
El vivir con sobriedad no es un valor sólo para cristianos. El hombre íntegro con su simple razón sabe y comprende que cuanto tiene debe compartirlo con los otros y que vivir en medio del mundo exige ser uno más entre sus hermanos, los hombres de cuya vida participa uniéndose a ellos y paliando sus necesidades. Esto va desde las más altas instancias como es el Estado hasta la vida personal, denunciando a lo más, para que muchos tengan un poquito. Vuelvo a repetir, no es algo para cristianos solamente, sino para hombres de buena voluntad.
San Francisco que vivió una pobreza radical la llama la señora como los caballeros medievales llamaban a sus damas. Nosotros no tenemos que llegar a tanto porque vivimos en medio del mundo y tenemos que utilizar todos los adelantos que se producen pero no por el afán de poseer lo último sino con el deseo de facilitar el desarrollo de las personas y los pueblos.
La sobriedad o la pobreza que nos exige nuestra dignidad de hombres tiene un campo extensísimo para manifestarse y cada uno debe buscar el suyo. Puede ser el cumplir lo mejor que se pueda el trabajo profesional, el cuidado de los instrumentos que utilicemos en nuestro trabajo, desde la máquina más sofisticada a la olla express de una ama de casa, el evitar gastos excesivos aunque los pague la empresa ejemplo: esas comidas de negocios en donde como yo no pago pido lo más caro, eso dice muy poco de una persona sea o no creyente. Hoy, cuando es tan fuerte la presión externa de un ambiente impregnado de materialismo tenemos que estar sobre nosotros mismos y cuidar de no caer en esos extremos que rebajan la dignidad del hombre.
Muchos cristianos y no cristianos se ven tentados por la idolatría del consumo, por el afán de riqueza, de comodidad, de bienestar, pero eso al final no te hace feliz, la prueba es con cuánta frecuencia nos hemos sorprendido por la noticia del suicidio de una persona inmensamente rica y, es que lo que llena y satisface el corazón es hacer el bien aunque te exija la renuncia a lo que más te apetece en bien de otros.
Piedad Sánchez de la Fuente