El hábito de la lectura es muy negativo para el ego personal. Uno piensa que ha tenido una idea original -brillante, por qué no decirlo- y un buen día se topa con ella, y mucho mejor expuesta por un clérigo bizantino del siglo III. Esto es muy molesto, y cualquier psicólogo nos animaría a prescindir de un hábito que pueda hundir la autoestima (pieza clave del entramado vital, como es sabido) del más vanidoso.
En vísperas de las elecciones vascas del próximo domingo, a mí me ha ocurrido tal cosa leyendo Sobrevivientes y recién llegados, obra de Hilaire Belloc, que por su rabiosa actualidad no ha merecido la atención de los editores españoles, que dedican todos sus esfuerzos a hablar de los templarios.
Pues bien, uno pensaba que la sutilísima, y muy brillante -pregunten a mi abuela- idea de que el problema del nacionalismo era su deificación y que mucha gente ya no cree en Dios pero sí en su patria o en su nación y que utilizan a la Iglesia como un mero instrumento para engrandecer a la patria era copyrigth Eulogio. Pues bien, va un tipo llamado Hilaire Belloc y sin la menor consideración por mi salud psíquica, sostiene (en 1929, he aquí el problema) que el conflicto entre nacionalismo e Iglesia católica ha estallado y crecerá en el futuro (y encima acierta, el muy miserable): No hay espacio para dos religiones en la mente del hombre. Entre dos lealtades, una debe tomar precedencia sobre la otra. Y una religión es decir, el reconocimiento de la realidad última y su adoración hasta el punto de que todo debe ser sacrificado a ella- es una actitud tal de afecto que no tolera rival.
O sea, algo parecido a las esposas, que no acaban de comprender que el matrimonio es una carga tan pesada que debe ser llevada entre tres.
Y prosigue el muy cretino de don Hilario : En una moral sana, el patriotismo debe no solamente estar presente, sino que debe ser fuerte. Porque su ausencia es inhumana y antinatural. Su debilidad es una degradación para el individuo, un abandono de las obligaciones que se debe a sí y un abandono de aquello que le formó, porque somos, cada uno de nosotros, el producto de nuestros países. Pero, la esencia del nacionalismo, en su forma presente, como amenaza a la religión, consiste precisamente en esto : en que la nación es trasformada en un fin en sí misma. ... Esta transformación de la nación en un fin en sí misma es una herejía desenfrenada que corre a través de nuestra cultura europea y de sus trasplantes en el Nuevo Mundo
Es decir, que ya no creen en Dios, pero creen en su dios-nación, un ídolo al que se puede sacrificar cualquier cosa, también la Fe. Y así, nos encontramos con que el nacionalismo vasco o catalán se ha vuelto radicalmente anticristiano. Y también nos encontramos con unos afortunadamente no todos- patriotas españoles que ya no creen en Dios, ni defienden la vida, ni la familia, ni la libertad religiosa, y que, sobre todo, utilizan a la Iglesia como un medio para mantener la unida de España. Es decir, son herejes, que se dicen cristianos pero cuya verdadero objetivo no es el catolicismo sino la utilización de la Iglesia para que el Partido Popular regrese a La Moncloa, mientas esa España que dicen defender con ardor se descristianiza a marchas forzadas, gracias al señor Zapatero, es cierto, pero él no ha hecho más que continuar un proceso comenzado por el señor Aznar en 1996.
Y lo mismo ocurre -ya lo dijo el impresentable Belloc- en el mundo hispanoamericano, con un nuevo indigenismo que es, ante todo, patriota cien por cien. El semi-dictador (en breve le quitaremos el semi) se ha credo su propio nacionalismo, el bolivarismo, mientras el semi-montonero Nestor Kirchner en la Argentina, alude a la patria con el mismo ardor que lo hiciera en su día Francisco Franco.
Es igual que sea de izquierda o de derecha, que se enraíce en el marxismo o en el fascismo : el problema es la herejía de convertir a la patria, o a la nación, en Dios. Y esta es la cuestión vasca, esto es lo que está en juego el próximo domingo. ¿A quién votar? Como siempre, a las fuerzas marginales: la verdad, tanto en el sector informativo como en el político, circula por canales estrechos.
Y recuerden algo (creo que esto no lo dijo Belloc): Cuando se trata de principios, el enemigo de mi enemigo no tiene por qué ser mi amigo. En tal caso, aliado y basta. Belloc sabe mucho de esto. No en vano fue el primer diputado católico en el Parlamento de Westminster, combatiente en la Primera Guerra Mundial y reconocido patriota; es más, doble patriota, dada su nacionalidad francobritánica. Pero tenía clara su jerarquía de valores.
Eulogio López