Hillary Rodham Clinton lo dejó claro durante su primera entrevista con los chinos: no era el momento de hablar de derechos humanos. De hecho, a algunas y a algunos nunca les llega ese momento.

Lo mismo le pasa a Obama con Moscú desde que le llegan buenas vibraciones. Es lógico, a Putin basta con que le dejen asesinar periodistas, abogados o empresarios rebeldes. Pero no es de buen gusto mencionar la horca en casa del ahorcado, pero sí en casa del juez injusto, especialmente cuando además de juez, es verdugo.

La explicación más fácil de este funeral de los derechos humanos en la diplomacia internacional es que los intereses comerciales privan sobre las libertades. Y así es, en efecto. Pero hay algo más. El aborto se ha extendido de tal forma por Occidente -y amenaza con empatar con los antiguos países comunistas- que el mundo libre ya no tiene fuerza moral para reprochar a Oriente, por ejemplo, a China o Rusia, a las barbaridades que perpetran. Dicho de otra forma, el principal derecho humano, el derecho a la vida, es vigilado en los abortorios de las democracias occidentales de forma masiva. Por tanto, las democracias no pueden dar lecciones y tratan de enterrar los derechos del hombre como premisa innegociable en el concierto diplomático internacional.

Lógico.

Eulogio López

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