Hispanidad se ha ido renovando, aparte de su esfuerzo informativo diario, con nuevos contenidos, como la crítica cinematográfica y la información específica sobre lo que sucede en Hispanoamérica.

Decíamos ayer que el periodismo no está en crisis: lo que está en crisis es la empresa informativa, es decir, los grandes editores.

Digo periodismo digital, aunque podíamos quitarle el apellido porque el único periodismo que existe hoy es el digital. No sólo por la influencia en la red, sino porque todos los periodismos, el escrito, el oral y el audiovisual dependen de su influencia en la red y, ya de paso, de los modos y maneras que ha impuesto Internet.

Ahora bien, la pujanza actual no está exenta de riesgos. Primer peligro: las redes sociales. Ahí se informa pero, sobre todo, se opina. Lo cual es maravilloso porque las opiniones son libres, sí, pero eso no significa que sean ecuánimes, ni coherentes.

En primer lugar, suelen ser anónimas. El periodista se responsabiliza de su trabajo. Si lo sabremos en Hispanidad, que en 18 años hemos sufrido todo tipo de querellas y acosos. Las primeras, por lo general, por parte del poder económico y editorial, al que no le gustaban algunas de nuestras informaciones. Y ya se sabe que noticia es eso que no gusta a alguien. Los segundos, los acosos -tranquilos no se trata de acosos sexuales- por parte de lo políticamente correcto, por ejemplo del lobby gay.

En cualquier caso, las redes sociales trivializan la información y generalizan la infamia. Sí, el anonimato vuelve cobarde al hombre.    

El segundo peligro que se cierne sobre periodismo, lo cual no representa un peligro, sino dos. Resulta que el periodismo no está en crisis, pero sí lo está la publicidad, que no salga de la provincia. La publicidad comercial o ideológica cada día vende menos. Esto significa dos cosas.

Por un lado, la inviabilidad financiera. Lo cual no es moco de pavo. Internet impuso la información gratuita. Pagar por la información se ha demostrado imposible. Hay demasiado contenido gratis como para pagar por el que no lo es. 

Y entonces, tercer y más grave peligro, porque es el más inmoral de todos: confusión entre información y publicidad. No me refiero tan sólo a esos informadores -muy habituales en televisión- que pasan del juicio político severo a anunciar una cuchilla de afeitar. El espectáculo resulta tan cutre que no me preocupa en exceso.

No, me refiero a algo más grave. Me refiero a la mezcla entre información y publicidad. La única regla a cumplir es que el lector, o receptor, sepa cuándo el periodista está informando con libertad, aunque sea el mayor ignorante del universo sobre el asunto tratado, y cuándo está hablando a instancia de parte. Por las mismas, no me preocupa lo más mínimo que se mezcle información y opinión. El lector sabe distinguir uno de otro, así como la mezcla de ambos en eso que llamamos análisis. Lo que me preocupa es cuando el lector no sabe distinguir porque no sabe si el periodista está a su servicio -donde debe estar- o escribe y habla a instancia de parte.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com